(CARRETERAS, PERROS Y PISTOLAS) Amanece que no es poco. La ducha. Coffe & Cigarettes. Empieza un nuevo día en Donosti. La (gran) película de Haneke sigue en mi cabeza y en mis diálogos. Necesito nuevo cine que me arregle un poco el espíritu y que me proporcione nuevos aires fílmicos. Nos dirigimos al Kursaal para hacer frente al genial —y cada día más caro— rito de sacar entradas. Y ya está montada la jornada: después de comer veremos una película danesa titulada Viceværten (A Caretaker’s Tale), donde lo único que sabemos de ella es absolutamente nada, pero lo inquietante de su ambigua sinopsis nos solicita; y después de cenar nos acercaremos a la sala grande del Kursaal donde 1.600 butacas esperan a Oliver Stone, John Travolta, Benicio del Toro y al estreno de la película de Javier Rebollo El muerto y ser feliz. Extraña mezcolanza de personajes con una película poco convencional como remate, pero un festival es lo que tiene: actores de cine y estrellas de cine, películas gigantes que llenan de glamour el certamen y películas pequeñas que lo llenan de arte.
Esto marcha. Pero antes de empezar la ruta de tascas y cinematecas, me invitan a la rueda de prensa de Rebollo y su equipo. Un sugestivo coloquio repleto spoilers pero que hace más seductora la sensación de querer ver la película. ¿Qué van a decir el director, los guionistas, los actores y, sobre todo, los productores de su nuevo y necesitado hijo? Bueno, me voy a tomar unos pinchos, unas cañas y, después, cruzaré la Playa de La Concha para ir al cine; madre mía, quiero quedarme a vivir aquí.
(VICEVÆRTEN (A CARETAKER’S TALE)) ¿Para cuándo una comedia importada por los nórdicos? Quitando El jefe de todo esto, esa inteligente y divertida obra firmada por Lars von Trier, creo que no me he reído en ninguna otra película llegada del frío norteño. Y aunque este film de una directora danesa llamada Katrine Wiedemann logró arrancarme alguna sonrisa de incrédulo, y por razones obvias que ahora comentaré, la verdad es que salí de la sala flipando literalmente ante la historia que me acababan de contar. Esta es la sinopsis de la guía del festival: “Un relato poético, aunque perturbador y controvertido, que cuenta la historia de Per, un portero amargado y cascarrabias que un día descubre una chica desnuda en un apartamento vacío. Parece feliz, muda y sencilla, como un regalo del cielo. Per la traslada a su propio apartamento y su inocencia despierta algo nuevo en él y sus amigos: ¿el amor quizás?”. Y yo tengo que seguir con la historia, lo siento si cuento demasiado (aunque no llegaré al final): Per aprovecha la inopia de su nueva amiga para acostarse con ella cuando le viene en gana. No contento con eso, se la presta a un amigo que está deprimido. El cual descubre que hacer el amor con la chica tiene efectos curativos. A partir de ahí, la película se convierte en la peregrinación a la Virgen de Lourdes. Sí, literalmente, hay colas —de todas las edades— en la puerta de Per que buscan copular con la pasiva muchacha con el objetivo de sanarse y curar sus enfermedades. ¿A que es para flipar?
(EL MUERTO Y SER FELIZ) Y llegó la noche. Empezó la gala de entrega de premios a John Travolta y a Oliver Stone de manos de Benicio del Toro. Ovaciones, flashes, emoción, gritos de fans y discursos escuetísimos y vacíos de los galardonados. Mucho glamour que dio paso al glamour independiente, arriesgado y sin efectos especiales de El muerto y ser feliz. Eso sí, al poco de empezar la película, el público objetivo de las estrellazas hollywoodienses abandonó la sala en tropel. Un detalle de la heterogeneidad de los espectadores: a los diez minutos de proyección, una emocionada asistente a la entrega de los Premios Donostia a Tony Manero y al director de Platoon le dijo a su acaramelada pareja: “¿Va a ser todo el rato así?”. Sin embargo, y quizá por el alto precio de las entradas, aguantaron hasta casi el final de la película.
(EL MUERTO Y SER FELIZ II) A mí, seguro, que no me ha gustado tanto como a Rebollo. Estamos ante un producto que no está pensado ni realizado para gustar a todo el mundo, ni mucho menos. Una película arriesgada y pensada milimétricamente para complacer a su creador. Pero si tiene la suerte de poder hacer eso, de que sus ideas puedan ver la luz sin censura, es por lo menos para tenerle envidia. Y si además te dan el Premio Fripesci de la Crítica Internacional en el Festival de San Sebastián, pues más feliz que muerto. Aunque no fue el único galardón: José Sacristán, el espectacular y convincente protagonista, se llevó la Concha de Plata al mejor actor.
El muerto según Rebollo: «Buenos Aires. En la última planta de un hospital, un español que ha echado media vida en Argentina se da cuenta de que se muere. Este viejo asesino a sueldo -seco y divertido, tierno- se escapa con un feliz cargamento de morfina, y emprende un viaje hacia el norte, a ninguna parte. Una chica que encuentra en la carretera será su fiel escudera a lo largo de dos mil kilómetros de comedia negra». Y aunque, a partir de ahí, muchos opinan que nos encontramos ante “un insufrible buceo en la nada”. A mí esa nada me parece interesante, repleta de dualidades y muy poética: film de carreteras sin señales, de matones sin violines, de restaurantes sin clientes, de playas paradisíacas sin turismo, de santos drogaditos, de enfermeras que te masturban, de perros tranquilos, de amos con rabia, de copla tanguera, de fernet con cola, de narradores megaomniscientes, de tetas y escopetas, de cojeras temporales, de homenajes afrancesados, de colores apagados, de villanos miopes, de familias olvidadas, de coches nunca vistos y de helados fin de fiesta. Pero si parece una canción de Sabina y, encima, en Argentina.
Vamos que, a cada uno su cine; y aunque la forma de narrar puede tener sus debates, porque para gustos los formatos, la historia de un asesino moribundo que intenta recordar a la primera persona que mató, y en lugar de rememorar los mejores momentos de su vida, se pasa todo el metraje enumerando a todas sus víctimas, mientras viaja al norte de Argentina en busca de un helado de esos de cucurucho me parece bastante interesante. ¡Vivan los raros!
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