(MARIDAJE MECÁNICO) Mi primer recuerdo de amorío máquina-humano se remonta a una película ochentera titulada ‘Sueños eléctricos’. En ella, un ordenador recalentado (metafórica y literalmente) se enamora, igual que su usuario, de la violonchelista vecina de la puerta de al lado. Pocos datos más llegan a mi memoria y, además, no quiero revisitarla por si mi expectante cabeza acaba criticando a una vetusta computadora en la que cabe menos información que en el móvil de mi madre. Después, muchísimo después, llegó Her con su noviazgo entre un solitario redactor y su sexy sistema operativo que nunca se cuelga ni quiere actualizar el Acrobat; algo que debe excitar bastante. Hasta Antonio Banderas tiene un flirteo con un androide en su olvidable última película. Dejando aparte el admirable idilio entre Wall-E y Eva —mucho más lógico—, últimamente las personas se están enamorando de las inteligencias artificiales, y “sí la cosa funciona”, que diría Boris Yellnikoff, puede que algún día Bender, el alcohólico y fumador robotito de Futurama, pueda conseguir su proyecto de ley que permita el matrimonio machinasexual; eso sí, en España que no lo llamen matrimonio. Aún así, está claro que el conflicto en este tipo de películas es el mismo que en Gran Hermano: el enamoramiento y la calentura.
Sospecho que al Terminator T-800 con cara de gobernador, al incomprensible y silbante R2-D2 o al maniático Hal-9000 no les configuraron el cortejo en su CPU (aunque sí que tenían su cibernético corazoncito), porque lo que es a Ava le han proporcionado hasta ganas de orinar. Claro, cuando el multimillonario Caleb selecciona a un despierto chavalín de su empresa para que haga un test a la primera I.A. de la historia (Ava), éste empieza a sentir mariposas en el estómago. Y no le culpo. Al principio es fascinación, después curiosidad y luego atracción. Pero vayamos al origen.
Caleb es un multimillonario empresario que creó, a los trece años, el motor de búsqueda Bluebook, que dejó Google a la altura de una empresa familiar. Si “El Mozart de la programación” pudo hacer eso a tan temprana edad, a estas alturas (debe estar por los cuarenta) ha creado vida: Ava es un robot que, como la Samantha de Spike Jonze, ha sido construida mediante el buscador de su creador como fuente de información. El patrono, terminado su trabajo, selecciona a uno de sus empleados para comprobar que por sus sentimientos y sus mundanas reacciones puede considerarse la primera humanoide producida.
Hay que decir, a favor del neófito director y no tan novato guionista Alex Garland, que Ex Machina es más sugestiva de lo que, sinceramente, esperaba. Facturada con mucho gusto y siguiendo los cánones que parece que haya marcado la siempre efectiva factoría de la serie Black Mirror, la película es tan pausada como diestra y elegante. No obstante, la narración acontece sin excesivas emboscadas y las que aparecen no lo son tanto debido, sobre todo, a que el realizador marca las situaciones en exceso y a que se nos revelan constantes referencias fílmicas. Sorpresas, como personajes aparecen en la trama, más bien pocas. El minimalista casting sí es muy interesante: la actriz sueca Alicia Vikander, un encantador descubrimiento; Domhnall Glesson, hijo del enorme Brendan Glesson y últimamente prolífico actor, y Oscar ‘¿Cómo quieres que me caracterice?’ Isaac, un intérprete con el que se dispara sobre seguro.
El examen que se le debe realizar a Ava es conocido como ‘test de Turing’, propuesto por el padre de la informática Alan Turing, personaje que no conoceríamos tanta gente si no fuera por la película The Imitation Game. Para que luego digan que el cine no es cultura. Positivémoslo.
2 Comments
Por cierto, Domhnall Gleeson ya protagonizó un ‘Black Mirror’ y repetirá con Oscar Isaac en la próxima ‘Star Wars’, donde no sabemos si flirteará con R2-D2. Yo pagaría por ver eso.
Cierto es. Un episodio que tiene cierto parecido con la peli (sin pasarse). Además, es el protagonista de ‘Frank’, junto con Michael Fassbender.