Si ya desconcertaba Lanthimos utilizando una sola palabra en sus títulos, esta vez utiliza una oración tan griega y sinuosa que la necesidad de respuesta es inmediata. Ni surrealista ni paranormal, El sacrificio de un ciervo sagrado es dilucidado desde el diálogo de la cafetería, entre médico y familiar de paciente fallecido, donde este último nos expone lo que sucede, lo que sucederá y lo que hay que hacer para evitarlo. Estamos ante una obra de la mitología actual —cimentada en los clásicos— que enajena y atrapa de tal modo que no queda más que doblegarse ante la evidencia: extraordinaria película.
El filme comienza con un pecho abierto y un corazón palpitando; quién sabe, quizá sea esta una película cíclica. En la siguiente secuencia vemos a un cirujano y a un anestesista, recién salidos del quirófano, conversando sobre relojes. Dos personajes que, bien entrados en materia, dejarán bien claro que cuando hay cualquier problema en una operación, la culpa es del otro. Ellos no fallan. Complejo de Dios lo llaman en la psicología popular; una confianza inquebrantable en las habilidades propias que las hacen incuestionables. En Malicia, aquella intrascendente película guionizada por Sorkin y en la que curiosamente también participaba Nicole Kidman, el personaje de Alec Baldwin no creía tener el complejo de Dios, directamente pensaba que era Dios. Burgueses acomodados a los que, en esta ocasión, el director griego quiere poner en vereda. Sin embargo, en El sacrificio de un ciervo sagrado no hablamos de religión sino de tragedia, de Euripides y del sacrificio de Ifigenia debido a que Agamenon, su padre, mató a un ciervo consagrado a la diosa Artemisa. Steven, el cirujano aficionado a los relojes, perdió a un paciente en la mesa de operaciones. El hijo del fallecido, del que Steven se siente un poco responsable, entra en escena —sensacional actor Barry Keoghan— para pedirle algo a cambio. He aquí la nueva Artemisa.
Y con los cimientos de la tragedia autóctona, la excepcional base cinéfila y los recursos formales de un director que sabe cómo atormentar a personajes y espectadores, la película se lanza, pausada y sin remedio, hace un desalentador clímax. La utilización continuada de lentos zoom in nos introducen de lleno en la trama: queremos más tanto como queremos que termine. Los recursos sonoros y musicales refuerzan los desasosiegos. Las escenas de entrega sexual femenina, cual ofrenda a una divinidad, no son nada infundadas.
El sacrificio de un ciervo sagrado, de Yorg Lanthimos, es una propuesta sensata, eficaz y recurrente para cualquier espectador. En serio. Sea cual sea la sensación, el juicio o el resultado anímico tras la película, el director habrá conseguido su propósito.
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