Cuando Fernando Araujo maquinaba el fenomenal atraco a la sucursal del Banco Río de Acassusso, estaba igualmente empezando a escribir el guión de El robo del siglo. Confeccionó morrocotudamente el primer acto, dio el golpe de manera tan precisa como fachendosa y dejó el desenlace al inquieto instinto del destino. El resultado fílmico del atraco sigue la misma estructura y las dos elocuentes primeras partes no van acompañadas de un cierre análogo en lo que se refiere a la fluida narración. Es lo que ocurrió. Tampoco hay que darle más vueltas.
El robo del siglo es de esas película que, cuando terminan, echas mano del ciberespacio y tiras de hemeroteca para saber qué ocurrió en realidad. Así que, para no mancar a la intriga, lo mejor es no saber demasiado y no leer la sinopsis, pues es el título ya puntualiza.
Los dos personajes de más texto e implicación en la trama están convincentes. Diego Peretti, haciendo de Araujo, circula sin estridencias y convence en su papel de cerebro de malhechores, fumador de canutos y alma de tendencias artísticas. Guillermo Francella está bárbaro haciendo de abogado del diablo y mano derecha del ideólogo, además de embutir su experiencia y su dinero para asegurar el saqueo. Son los secundarios, salvo el negociador, los que no acaban de perfilarse; sobre todo, el papel de la hija de Francella, incrustado sin ningún tipo de raciocinio, salvo el de intentar buscar comparsa comercial.
En definitiva, El robo del siglo es una distracción cumplidora, con exiguo recado, cuyo alcance proviene enteramente del hecho real; del cual se seguirá hablando en Argentina durante décadas, algo que no sucederá con la película.
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