Alegorías para qué os quiero. Ni dobles lecturas ni mensajes subliminales encontramos en el último alarde alargado de Iñárritu; por más que Malick y Tarkovski coexistan entre fuente y plagio en su trasfondo. El renacido es simplemente una sublimación digital y técnica que te deja absorto durante casi tres horas. Algo bastante complejo en el cine de aventuras. Porque estamos frente a un cine de aventuras de una naturalidad envilecida por la suciedad y los pelos en la cara, a más de por unas escenas de un sensacional veracidad. Media hora tardé en darme cuenta de que bajo la mugrienta facha del traicionero trampero, antítesis del protagonista, se encontraba el gran Tom Hardy.
El guión no sorprende por sus giros, y su escasa profundidad conlleva aniquilar la emboscada narrativa. Esa carencia de significado, unida a sus 156 minutos, es la que ha indignado a tantos y ha significado su lógica —a mí parecer— derrota en los premios de la Academia. Esto nos cuenta: Hugh Glass (Dicaprio) es atacado por una osa mientras ayuda a los tramperos a huir de los indios. Sus acompañantes, amenazados por el lastre que conlleva llevar en volandas al reventado, deciden seguir su camino mientras dejan a un par cazadores a su cuidado, además de a su hijo. En ese momento: muerte, abandono y venganza mueven los hilos.
Una extrema y explícita violencia, endurecida por la fotografía, el montaje y la postproducción, son el enganche de unos y el rechazo de otros. El plano secuencia de la batalla inicial y el del ataque del oso son de un hiperrealismo extraordinario. Y empezar de tal forma el filme implicó mi atención. Todo nos suena y todo nos parece nuevo en El renacido. Hay que dejarse llevar por las imágenes de esta película sobre la supervivencia y la relación padres e hijos: el protagonista quiere vengar a su hijo, la osa quiere proteger a sus cachorros y el indio quiere recuperar a su hija.
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