Un eficaz ejercicio de género el que se marca Carles Torras, bajo intercesión de Netflix, con El practicante. Ángel es un técnico de emergencias sanitarias que, tras quedarse paralítico al sufrir un accidente, empieza a acrecentar las neuras que ya colapsaban su universo personal: véase celotipia, coleccionar gafas encontradas en automóviles siniestrados o misantropía. Es interesante apreciar que lo que parece el detonante del filme —el accidente— no lo es tanto, pues la acción habría transcurrido por itinerarios más, por así decirlo, schraderianos: la construcción (o destrucción) psicológica del personaje. Sin embargo, el giro proviene del abandono por parte de su pareja; un elemento narrativo que sitúa la meta dramática en el brete de poder recuperarla. Ahí es donde se resta importancia a un primer acto ejemplar, en la definición de personajes y atmósferas, para lanzarse directamente y sin subtramas al puro thriller. Una película de suspense sabiamente realizada y con un magnífico ritmo.
La dirección de arte y la fotografía de El practicante recuerdan, por sus claroscuros, sus tonalidades verdosas y amarillas, sus perspectivas y diagonales, su incidencia de la luz o su melancolía y soledad, a los cuadros de Hopper y Van Wieck. Tanto los interiores como los exteriores están enturbiados para ayudar a incomodar a la audiencia. Unos escenarios anodinos y poco identificables que apuestan por la universalidad de la obra. El sonido, con un sugerir de grillos en espacios desatinados y un pitido constante en el wildtrack de las secuencias de la casa (o eso ha sonado en mi cabeza), junto con una música cómplice y la repetición constante de una canción amable y contrapunto del contexto, son también muy destacables.
No hace falta hablar de Mario Casas. Ya no puede trabajar más por desbancar su figura de reclamo. Su compromiso con ese Ángel (exterminador) que no puede salir de su estancia mental es encomiable y su interpretación física todavía más.
Y para finalizar, el final. Sin destripes: una sugerente conclusión que espero que no se convierta en una segunda parte y que me deje a mí con mis propias cábalas.
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