¿Y si a Superman le hubieran tocado mucho los cojones? ¿Y si le hubieran hecho bullying en el instituto o mobbing en el Daily Planet?¿Y si su vecino estuviera de fiesta todas las noches?¿Y si no hubiera creído tanto en la humanidad? ¿Hubiera montado un partido político? No. Se habría liado a hostias.
Parece un punto de partida interesante. Sin embargo, no es el de El hijo. Los guionistas, sabedores de que el gran público conoce a Kal-El, emprenden camino narrativo con unos minutos iniciales livianos y cómodos de relacionar: nave espacial se estrella junto a una granja de Kansas —cerca de Smallville, supongo— y dentro hay un bebé que precisa de un matrimonio con dificultades para concebir. Elipsis con cámara doméstica y cumpleaños del chaval, AKA Brandon Breyer. Cumple 12 años y su curiosidad no es solo onanista. Empieza a ser consciente de sus poderes y decide utilizarlos para hacer el mal. ¿Por qué? Porque sí.
El resultado es una película de terror, con supervillano de fondo y toques gore, entretenida, algo repetitiva en sus dos últimos actos y con un final que busca la saga. Poco más. Y poco menos.
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