John Lee “basado en hechos reales” Hancock nos narra esta vez como Ray Kroc cambió los ingredientes de las hamburguesas de los hermanos McDonald para sustituir una estética y sensata cabeza de ratón local por la carne de tiburón. No es dar de comer sino atragantarse de poder a lo que el personaje, interpretado perfectamente por Michael Keaton, aspira. Y vaya si lo consiguió. Rápidamente, el humilde vendedor a puerta fría de Illinois llegó a ser el fundador (como sinónimo de amo y señor) de la mayor cadena de comida rápida del mundo. Solamente tuvo que esperar a que otros tuvieran la idea. Tenía más de cincuenta años y el fast success fue su contribución al sector del fast food.
La secuencia de McKroc viendo la La ley del silencio en el cine –no sabemos si es solamente una indicación que nos sitúa temporalmente o un guiño al talante mafioso– parece un click mental que hace que la anodina y nada destacada vida del protagonista empiece su cuesta arriba particular. Como en tantas película de millonarios repentinos, los abogados son parte fundamental de la acción. Las malas artes y los pocos escrúpulos son tan necesarios para triunfar en los negocios como para escribir guiones interesantes. Y es la permuta de comercial de máquinas para hacer batidos a conseguir una empresa capaz de hacer un producto que marque el parámetro de los costes de vida de cada país (Big Mac) lo que consigue que estemos ante un filme digno. Poco más que añadir. Un versión edulcorada, didáctica y prejubilada de La red social, sin Fincher ni Sorkin, sobre McDonald’s. Le falta mala leche y le sobra publicidad, pero entretiene.
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