(PELOS Y SEÑALES) El actor. Eso es lo primero. La cámara no se separa de Joel. Un personaje enlutado al que acompañamos en un ejercicio autodestructivo cubierto de incongruencias humanas y dejadez vital. Él lo sabe todo. El espectador conjetura. Hay señales; muchas señales que nos proporcionan pistas (o despistes) sobre lo que ha pasado antes de que, esa mañana fatídica, el móvil lo sacara de su quebranto de días y le indicara que al perro —como a la existencia— hay que darle de beber y de comer. El actor. Se llama Borja Espinosa y está para que le den una buena ducha y un par de Goyas. Sensacional. Hasta su despeinada cabellera interpreta. Un protagonista absoluto capaz de llorar a los dos minutos de un plano secuencia. Los que miramos desde la butaca deseamos que aparezca alguien y nos lo explique todo (un flashback, una noticia en un periódico, lo que sea), pero no es necesario porque la historia es otra. Se llama El camino más largo para volver a casa.
La sinopsis. Algo le ha pasado a Joel. Se despierta tras días echado en su somier y descubre que Elvis no está muerto, pero casi. Elvis es el perro de su mujer y lleva días sin comida ni bebida. La situación le hace, muy obligado, abandonar su refugio para ir a una clínica veterinaria. Abre la puerta, intervención arduo complicada; coge al perro en brazos y sale. Y, en una de las pocas escenas donde el personaje y la cámara no comparten escenario (quizá la única), vemos que Joel se ha dejado la llaves dentro. A partir de ahí, no será sencillo, hay que hacer todo lo posible para volver a casa. La palabra casa, al igual que cuando jugábamos al escondite de niños, significa demasiado. 80 minutos por delante. Duelen. Perros y señales.
La dirección. Vaya con las operas primas salidas de los cachorros de la ESCAC. El tal Sergi Pérez narra bien y pone el objetivo en la llaga. Rodando hacia delante para poder volver atrás. Sergi nos muestra el callejón de Joel, con salida o no, recreándose en cada esquina, en cada lágrima, en cada paja. Sí, en cada paja. Un espectador abandonó la sala en ese instante, supongo que porque le gustan las cosas lógicas. Pero las reacciones no son nada lógicas cuando el pecho te comprime y lo único que quieres es que te dejen en paz. Volver a casa. Mucha escuela. Mucho cine visto.
La película. Emocionalmente rotunda. No sé si es recomendable. A mí me gustó. Bastante. No es nada larga y no se hace nada larga. Cine necesario, de ese periférico que habla Tolentino. Del que hay que darle una oportunidad. Del que hay que apoyar. La pena es que solamente unas nueve salas la proyectan. Y en Valencia se acabó lo que se daba. Un film duro, hiriente. Rodado en catalán. Ni en sueco ni en francés. Me consta que hay personas que, como el de la paja, abandonaron la sala debido al maltrato que sufre el perro. No se maltrata a ningún animal. Te lo exponen antes de empezar con los créditos finales. Elvis sufrió lo mismo que Joel. Sus dolores (perro y hombre) son los mismos. Y su destino también. O eso quiero creer.
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