Creo que fue Haneke el que dijo que del cine había que salir con preguntas y no con respuestas. Cualquier película se alarga, tras su visionado, si en nuestra cabecita inquieta quedan resquicios de incertidumbre y, ante todo, ganas de poner de nuestra parte para finalizar las secuencias que quedaron abiertas.
El ángel de la muerte, película dirigida por Tobias Lindholm y disponible en Netflix, parte, como últimamente tanta propuesta, de un hecho real y violento con asesino en serie tanto al fondo como en primer plano. Es interesante el tratamiento de personajes por encima de una historia que se puede descubrir con solo teclear el nombre de ‘Charles Cullen’ en Google.
El título para el mercado latino es lo más explícito de un filme que busca la ambientación, el trabajo actoral e, incluso, la denuncia al sistema sanitario estadounidense por encima del hecho en sí. The Good Nurse —así es su título original — puede referirse a cualquiera de los dos personajes protagonistas, empleando la ambigüedad desde su epígrafe. Una propuesta recomendable y poco publicitada, que está por encima de la media, tanto de la plataforma que la ofrece como de los thrillers ‘true-crime’ que siguen el algoritmo marcado.
La guionista Krysty Wilson-Cairns nos brinda aquí su tercer trabajo para la gran pantalla, después de participar de los guiones de 1917, de Sam Mendes, y Última noche en el Soho, de Edgar Wright; dos obras espectaculares por su forma. Sin embargo, con El ángel de la Muerte o, mejor dicho, con The Good Nurse, entra de lleno en un formato que me interesa por dejar al espectador que rellene los vacíos conscientes del relato.
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