Unos soldados franceses, de facha seria y poco amistosa, ayudan al protagonista del film de Nolan a salir del tiroteo alemán que le asedia y le dan paso a la embrollada playa de Dunkerque. Una presentación escasa de un fragmento del ejército francés que, como el británico, también las pasó canutas en la batalla que nos atañe. Otro personaje, auspiciado por el poco diálogo de la película, se descubre como un francés haciéndose pasar por inglés para poder ser rescatado con preferencia. De ahí que las críticas de la prensa gala no hayan sido tan unánimes como la inglesa. Al final de Dunkerque, una obra que, reitero, hace de su escasez de plática un punto al que asirse en sus incontables momentos de suspense, un soldado lee el periódico para perorata conclusiva: con el patriotismo emanando y deseosos todos de que el Séptimo de Caballería –Americanos, os recibimos con alegría– se apunte a la sección europea de la Segunda Guerra Mundial. De ahí que las críticas de la prensa estadounidense hayan sido tan unánimes como la inglesa. Y a los Oscar de cabeza.
Dicho esto, y como se trata de positivar, solo decir que, cinematográficamente, estamos ante un espectáculo majestuoso. Un tercer acto continuado, de poco más de hora y media –casi un cortometraje para Nolan–, por tierra, mar y aire, que nos introduce de lleno en una operación de rescate enfática –partidista o no–. La música y los efectos sonoros, junto con las secuencias coreografiadas de manera coral y admirable, hacen que ni siquiera sea un film in crescendo sino mantenido milimétricamente por un tempo muy complicado para los mortales. Salvo en el cierre y algo desenfocado, hay que reseñar que al enemigo no se le ve; interesa la supervivencia. Interesa el cine. La historia ya es otra cosa. Pero hablamos de cine. Mucho cine hay en Dunkerque.
No Comment