Lo escrito en un diario personal no tiene por qué ser cierto: también puede ser realidad anhelada, simple transcripción metafórica o, incluso, pura ficción sin deseo de concurrencia. En el caso de la actual Dolor y gloria —como hace unos meses en Roma— se nos desvelan los posibles dietarios del pasado de sus autores. Sin embargo, la realidad es grande para el que la vive, pero puede que para quien la lee (la escucha o la contempla) sean hechos menores. Ahí entra la invención decoradora; la fantasía que hace grande las historias. En mi caso, me es totalmente indiferente si lo que se canta en Pacto entre caballeros le ocurrió realmente a Sabina o si los hechos que nos relatan ciertos novelistas ocurrieron de verdad. Es más, si algún día (seguro que no) escribo mi autobiografía, será todo mentira.
Dicho esto. Almodóvar ha abierto su diario para curarse con nosotros. Un desahogo de despechos y resentimientos que, con Dolor y gloria, le ha salido ejemplar en su interpretación, en su imagen, en su música, en su dirección de arte, en sus diálogos, en sus elipsis y, lo que es más difícil, en el ensamble de todos esos elementos.
En la película se nos muestra el retorno fortuito al pasado, mediante recuerdos de su infancia y personas que reaparecen, de Salvador Mallo: un director de cine en el ocaso de su carrera debido a sus incontables dolencias (atrapante secuencia, diseñada por Juan Gatti, en la que se enumeran sus enfermedades). El cineasta no se ve con fuerzas para enfrentarse a un nuevo rodaje y el tiempo libre le abre una puerta a sus nostalgias. El filme nace con Antonio Banderas (representación de Almodóvar) dentro del protector líquido amniótico de una piscina, con los ojos cerrados e inmortalizando los días en los que iba con su madre a lavar la ropa al río. A partir de ese momento, presente y pasado se tejen con la misma perfección y cariño con la que su madre le remendaba los calcetines con un huevo de madera. Los flashbacks mentales entran y salen de la pantalla perfectamente embebidos en la trama hasta su inesperado final. Los personajes que retornan a su vida (trabajo, amor y familia) acceden al meollo mediante actos cinematográficos terapéuticos, tanto para el personaje como para el público.
Magnífica película es Dolor y gloria, con secuencias que nunca la dejan caer y con un momento iniciático maravilloso: ese en el que Mina canta “D’esserti vicino e di baciarti e poi svanire in questo sogno irreale” (Come sinfonía se llama la canción). Y hasta ahí puedo leer de este diario fílmico… que me da exactamente igual que sea realidad o sea ficción o un poco de cada.
No Comment