La ópera prima del momento acaba de llegar a nuestras pantallas precedida de un aluvión de tan buenas críticas que me hicieron pensar en It follows y, sobre todo, acrecentaron mi interés en verla en su primer fin de semana. Un thriller de crítica social; que no de trasfondo social, pues toda la denuncia permanece en la superficie desde el inquietante y logrado prólogo.
Déjame salir, traducción del “pírate corriendo” que vocifera el título original, nos cuenta la introducción de Chris, un joven afroamericano, en el hogar de los ricos progenitores de su novia blanca. Un Adivina quién viene esta noche, con menor diferencia de edad, y con unos padres de ella que no son nada racistas, pues votaron a Obama y dicen “negrito” en lugar de negro. Todo es turbio en la familia adinerada, desde sus negros y complacientes criados hasta los vecinos de sonrisa falsa y falso carisma, cual Semilla del diablo, que envuelven la presentación en sociedad.
Un atropello de ciervo y un drama familiar en el pasado de Chris aseveran unos lugares comunes que se agrandan conforme pasan los minutos. Tópicos que, bien hecho por el director, no se fijan solo en el terror psicológico o el thriller moderno, sino que se desmarcan hacia la comedia o, incluso, el cine político. El problema no aflora como película que denuncia un problema que aminora pero no frena, sino como película de suspense: desde que empiezas a investigar como espectador equisciente –o deficiente a ratos– las sorpresas disminuyen debido a que el director y guionista (Jordan Peele) se enfrenta desde lo universal al “qué pasara ahora”.
Déjame salir es entretenida y algo novedosa en su discurso, de desasosiego en ascenso y de visceral final. Sin embargo, tanto como suspense como cine de denuncia, no ha acabado de impactarme. No es It follows. Ni tampoco es una recriminación fílmica a lo Haneke o Zvyagintsev (quizá es una tontería la comparación); pero, en mi caso, prefiero quedarme con preguntas, al final de un filme de este estilo, que con todo claro.
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