Uno de los mayores formalistas del cine moderno, con detractores por sus excesos y aduladores por sus defectos, se cita con el academicismo y el CGI para deslumbrar con una puesta en escena que persigue analistas fílmicos para su desgrane. Para aquellos que, como yo, vemos las películas sin despiezarlas, nos encontraremos ante un producto de una planificación extrema cuyas filigranas no quedan ocultas.
Mientras Park Chan-wook le da vueltas a cómo encarar una secuencia, su paisano Hong Sang-soo rueda doce películas. Dos estilos diferentes, ambos válidos, que permiten comprobar que en Corea ya ofrecen géneros para todos los gustos. En la parte festivalera y más críptica se encuentra Sang-soo y sus geniales miniaturas, en el mainstream coreano tenemos a Bong Joo-ho y su pronta incursión en las inquietudes hollywoodienses y, en medio, está nuestro amigo Park y sus poco sutiles martillazos convertidos, esta vez, en orfebrería libre.
Decision to leave es su propuesta más depurada, más estilosa; aunque, como siempre, se aferra a un argumento que no justifica lógicas y se aleja de tanta oferta buenista. Un policía casado, con insomnio y exfumador se obsesiona con la sospechosa de un crimen. La investigación yace y el romance subyace conforme se nos destripa el cineasta y las sutilezas las marca el foco y el desenfoque. Atención a las secuencias de los interrogatorios.
Cabe mencionar tanta mirada clásica en Decision to leave que su sustento constante en las nuevas tecnologías la convierten en una nueva forma de enfrentarse al thriller romántico. Un film noir con smartwatch, un Hitchcock con redes sociales, un Preminger que busca pistas para desbloquear un móvil. Vamos, que el clasicismo está, pero el número de teléfono apuntado en el dorso de una caja de cerillas no.
La primera gran película de 2023 ya está en los cines. Corred.
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