Adolescentes imberbes se pelean en cada rincón del patio del instituto. Precisan manifestar en público su sublimada masculinidad y, de paso, dejar claro quién está con Blur y quién con Oasis. Estamos en los 90. El escenario es un pequeño, hipersexualizado, religioso y militarizado pueblo irlandés en el que los bandos se dividen en dos; y no solo en cuanto a grupos musicales sino en cuanto a orientación sexual. Las inquietudes deben ser controladas para que todo siga su cauce lógico y en los pubs haya cerveza de dos colores. Un pastoral paraje en el que Amber y Eddie desafinan: ella es lesbiana y él es gay. Deciden, para evitar el continuo escarnio, representar que son pareja. Armado el brete, empieza un ejercicio constante de ubicación. Ni Blur ni Oasis asoman por la soundtrack (ni lo harán en ningún instante), pero Pulp y Girlpool no son malas resonancias para acompañar sus afectadas andanzas. Los plastas les dejan en paz; ahora la contrariedad está en ellos: saben que hay más de dos caminos y las dudas se ensanchan. Dating Amber es una estrafalaria película de aprendizaje que, sin embargo, se acoge a tics gastados. No importa. Su agradable cadencia y su expansivo cierre nos estimulan una buena digestión y un mejor recado. Todo correcto. Una honesta propuesta que no está en plataforma alguna, sino allí donde el cine se agranda. En las salas.
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