Punk crepuscular. Crock of Gold: Bebiendo con Shane MacGowan es una película homenaje, y canto de amor de estirpe y devoción, de todas aquellas personas que le han acompañado en vida y semimuerte. Familiares, amistades y camaradas de afán se dejan caer en el filme de Julien Temple, no para hacer de entrevistadores, sino para asentir en su extraña y paradójicamente lúcida tertulia.
La película, fascinante por contenido y seductora por hechuras, avanza desde su nacimiento hasta nuestros días, cual documental al uso; pero es Shane, y su intrincada supervivencia, el que nos hace conservar el interés.
“Las canciones flotan en el aire. Por eso las llamamos arias. Solo hay que estirar el brazo y cogerlas”, comenta el afilado líder de The Pogues en una de las secuencias. Tal atino de las musas es debido a esas inquietudes que, desde niño, han aflorado en un entorno basado en el alcohol, la religión, de a ratos el marxismo y la arraigada cultura irlandesa. Descubrir a los Sex Pistols también le sirvió como detonante para destilar su propio néctar sonoro. Esta vez, nada de post-punk: un Celtic Punk beligerante y etílico que empezó a construir su imagen y a destruir su figura.
Desfilan por Crock of Gold, entre otros, su amigo, compañero de ácidos y productor de la cinta, Johnny Depp; el expresidente del Sinn Féin, Gerry Adams, y Bobby Gillespie. No sé si alguien más lo percibió, pero no vi muy paciente a Shane MacGowan con el cantante de Primal Scream. ¿Imposición de Julien Temple o habrá escuchado su último disco?
Muchas drogas, pocos dientes, dietario del nacionalismo irlandés, feroz anecdotario nocturno y música. Eso es Shane. Eso es Crock of Gold.
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