Corpus Christi es otra gran composición que pasó inadvertida para el gran público (entre los que me incluyo), a pesar de su nominación al Oscar a la mejor película de habla no inglesa; supongo que debido a los enormes Parásitos que destrozaron la cartelera pre-pandemia.
Recién estrenada, en busca de butacas separadas que la acojan a sagrado, el excelente trabajo de Jan Komasa, otro nombre de la factoría polaca de grandes cineastas, habla de la patraña útil, del pecado vital, del perdón como condición de convivencia y de la fe escéptica. Aunque por escepticismo no hay que entender desconfianza sino que, como decía Unamuno: “escéptico es el que investiga o rebusca, por oposición al que afirma y cree haber hallado”.
Daniel es un joven que descubre la vocación entre las paredes de un reformatorio. Su llamada al sacerdocio no tiene respuesta debido a sus antecedentes penales. Sin embargo, cuando es enviado a trabajar a un taller maderero de un pequeño pueblo, pasa de ser carpintero para convertirse en un mesías espontáneo (mira tú qué fino). Se hace pasar por sacerdote y se hace cargo de la parroquia local. Una congregación destrozada por una desgracia, que necesitaba la prédica vehemente de alguien que precisa más redención que ellos.
Y en esas se movía el Padre Daniel, sin dejar los placeres más mundanos; entre una fotografía grisácea y de cortinas corridas, unas ojeras ya características del cine polaco y la búsqueda de un final tan solemne como contundente. Podéis ir en paz.
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