Fúsi trabaja en el aeropuerto de Reikiavik pero nunca ha salido del país, puede que ni siquiera haya salido de su ciudad. En las calles de Islandia no hay nadie, todo ocurre en las casas, en los bares, en los lugares de trabajo y en las escuelas de baile. Al igual que las flores necesitan de espacios afables para poder sobrevivir, aunque sea mediante un catártico y breve espacio de tiempo, Fúsi necesita una tregua, a lo Benedetti quizá, para darse cuenta de que él mundo es tan grande como él. Una interrupción en una existencia que se mueve lánguidamente entre maletas ajenas, maquetas bélicas, burlas admitidas, radiodifusión con nocturnidad y una madre acostumbrada. Poco más. No necesita nada más. Rutina, perniciosa a ratos y siempre inmóvil, pero su rutina. La rutina de Fúsi.
El amor maternal está bien. El otro, el que no viene impuesto, siempre implica renovación. Fúsi recibe el regalo, por parte del novio de su madre, de unas clases de baile country que, pese a sus lógicas reticencias, acabará por revelarle que existen más mujeres que su mamá. Se llama Sjöfn y es una persona inestable y depresiva. Se llama Sjöfn y le ofrece no sólo una primicia al noble grandullón, sino un canje en forma de neófitas tendencias; instintos agresivos, incluso, si se siente cercado. No es sólo saberse querido. Es también saberse único y ampliar su universo. Volar.
Corazón gigante es el título español y Virgin Mountain el de su lanzamiento internacional. Fúsi es su título original y el mejor de ellos. La última película del director de Noi, el Albino se describe a sí misma, igualmente, mediante un nombre propio: el de su enorme y noble protagonista.
No Comment