Todo es inesperado en Compartimento Nº 6; desde la poca difusión mediática que se le ha concedido hasta la contundente e imprevisible manera de cerrar secuencias. Estamos ante una película muy de circuito (compartió reconocimiento con Farhadi en el último Festival de Cannes), complicada de asumir si se buscan fuegos artificiales o melocotones en almíbar y con una postura humanista con muchos vértices a los que asirse. Vamos, que te deja un rato cavilando.
Un viaje en tren por Rusia, desde Moscú hasta Múrmansk (he puesto ‘cómo llegar’ en Google Maps y flipas), sirve como escenario de dos sujetos poco empáticos que buscan, al final del trayecto, un sustento vital. Dos personajes tan opuestos en sus formas como idénticos en el fondo que comparten compartimento y nada más.
Las grafías de Juho Kuosmanen son pausadas e intimistas, adecuadas al interior de un tren y a un largo camino; y es de citar que las escenas no se cierran como la memoria cinéfila nos puede marcar. Es este un cine, para los actores y para el espectador, de acompañamiento y descubrimiento; hay que dejarse llevar y, como en la vida, no juzgar.
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