Gratísima sorpresa, por no esperada, para cerrar lo que no ha sido un mal año; cinematográficamente hablando. Al igual que un buen final llega a ensalzar una obra anodina, el final (mi final) de 2016 ha sido muy destacado: Animales Nocturnos, La doncella y Paterson fue un in crescendo que supo graduar los visionados de la añada del sin gobierno. Sin embargo, aún aguardaba una muy buena película. Su título original es Hell or High Water. En España se llama Comanchería.
Como con el definitorio, y previo a la escabechina, “Why not?” de Grupo Salvaje, en Comanchería vemos la expresión de la frustración sistémica en forma de ojo por ojo. Si el banco me roba a mí, yo robo al banco. Nada que perder. Sin embargo, de este tagline nada insólito surge un filme intenso y sin mengua que plasma el devenir de dos hermanos con el atraco como fin a su injusta situación. Vallas con publicidad de abogados y prestamistas engrosan la iconografía del neo-western, los predicadores asoman en televisión justificando la realidad con rigor divino y el country suena igual de triste. Por lo demás, sigue habiendo buenos y malos; lo complicado ahora es saber quién es quién.
Frente a la crisis económica “como enfermedad que se transmite de generación en generación” (frase de uno de los protagonistas), hay una unidad que ha logrado que no se haya ido todo a la mierda: la familia. La familia como objetivo final de un comportamiento antisocial y la familia como apoyo. Cuando uno de los dos hermanos (el divorciado) le pregunta al otro (el ex-convicto) el porqué de su colaboración, éste contesta: “Simplemente, porque tú me lo pediste”.
Comanchería no define héroes ni narra de forma partidista. No hay que posicionarse y, si lo haces, pronto se entra en confusión. El tal Taylor Sheridan, que firma el guión, tiene una gran parte de culpa. Un guionista al que hay que seguir, pues es también el autor de Sicario. No intenta contentar ni justificar sino exponer. Si, además, el director le saca partido a ese guión deshaciéndose de adornos y personajes superfluos, los actores se implican –gran cuarteto de actores– y la música la compone el tándem Cave-Ellis, el resultado tiene que salir bien por fuerza. La fuerza que desprenden unos diálogos precisos y las escenas de Comanchería: cine social en el salvaje oeste actual.
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