Encubierta y admirable, Columbus se camufla debajo del abuso de fuegos artificiales indies y operas primas, que se balancean entre Sundance y New York, para exponerse desde el análisis y el respeto, tanto al guion en particular, como al cine en general. Kogonada, su director, es un ensayista del séptimo arte con unas piezas audiovisuales, didácticas, razonadas y atractivas, que nos definen su amor y su aventajada visión por todo este vicio. Una muestra de su fantástica obra es Hands of Bresson:
Hands of Bresson from kogonada on Vimeo.
Columbus puede pecar de algunas posiciones forzadas de los personajes, en sus interacciones, en pos de una composición estudiada y estética. Sin embargo, en este caso el fin es tan loable como agradecido. No obstante, Columbus es arquitectura de planos sobre la arquitectura como influencia. La relación con el entorno, en toda su amplitud, es considerada en la narración. Un joven coreano se ve atrapado en Columbus, una ciudad de Indiana donde su padre, un famoso estudioso de la arquitectura, está hospitalizado. Allí, en su deambular por la ciudad, evitando enfrentarse a su sedado progenitor, conocerá a una joven que también está presa en Columbus, ya que no quiere abandonar a su adicta madre.
La arquitectura es en Columbus una evasión de las desdichas, divisada desde puntos de vista distintos —que no incompatibles— a través de los diálogos de los dos protagonistas y del diálogo visual del realizador con el espectador. Estructuras de cemento que son una membrana que aísla de la realidad y que no son solo un escenario de fondo. Sí. Hay Antonioni y hay Yasujiro Ozu. Pero también hay Kogonada. Y queremos más.
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