¿Tú te crees que esto es un hotel? Pues sí. Coda es una película a mesa puesta. Tú no debes hacer nada, solo consumir. Además, no se va a arriesgar con el menú: poca verdura y mucho almíbar.
Hay una alumna que se duerme en su pupitre. Hay una pelea en el bar del pueblo. Hay historia de amor con despecho y reconciliación. Hay un instituto con taquillas en el pasillo. Hay puré de patatas y guisantes en el comedor. Hay que apuntarse al coro como extraescolar. Hay poca gente con sobrepeso. Hay una audición para poder entrar en la mejor universidad del país. Hay padres campechanos y joviales que avergüenzan a sus hijos. Hay una función. Hay guapas de clase con mala leche. Hay una bonita localidad pesquera. Hay un hispano que se apellida Villalobos. Hay un lago al que saltar desde unas rocas. Hay un profesor peculiar que da clases de repaso gratis. Hay canciones de David Bowie. Y como en toda película que no sea de Ken Loach, las casas que se presentan, pertenezcan al implacable CEO del tercer grupo de empresas de comunicación de Estados Unidos, a un profesor de música de un instituto de un pequeño pueblo de Massachusetts o a una cajera de supermercado con su marido en el paro, son siempre espaciosas, con cocina abierta al salón, terreno para aparcar la bicicleta y doce coches y unas espectaculares vistas al mar.
Si buscamos el producto masivo, acogerse a lo común y optar por la satírica filosofía del buenismo es tan meritorio como racional. Y si eso logra que convenzas en Sundance y te nominen al Oscar, está claro que has hecho tremendamente bien tu trabajo. La cineasta Sian Heder, apoyándose en La familia Bélier, ha (re)construido un entrañable relato sobre una familia con todos sus miembros sordos menos la hija menor. Una benjamina que debe decidir entre su talento para el pop o seguir siendo el vínculo social y vocal de su tribu con la comunidad.
Es justo cuando los problemas domésticos se acrecientan y los tópicos marcados dos párrafos más arriba disminuyen, donde la película gana en intensidad y peripecia. Por lo tanto, Coda es (siguiendo con mis gilipolleces) como secarse las manos con papel higiénico: una alternativa estricta, que no te deja a gusto del todo, pero que cumple con su cometido. Aparte de que darles visibilidad a los problemas de las personas con sordera es muy para positivar. Mucho.
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