Uno, iluso, pensaba que una película, como la que se enjuicia en este post, iba a tener opiniones mucho más polarizadas. Que su propuesta iba a provocar una guerra civil entre críticos y una carnicería verbal en esa red social llamada X. Pero no. Salvo excepciones, se ha entendido la última obra de Alex Garland como un ejercicio de cine político, de sátira de la situación actual y hasta, casi, como un relato de corte autoral. Allá cada cual con sus posturas y a tope con eso. Es importante que las sensaciones extraídas de los visionados sean variadas. Y aquí va la mía: Civil War es un eficiente entretenimiento (eso sí) que pierde intensidad conforme aumenta el belicismo, con unos personajes que olvidan su identidad con el paso de los minutos y que no deja más mensaje que el de “qué bien suenan los disparos, vaya tela”.
Civil War es la cuarta entrega del Garland director. Cada dos años, desde su estimable inicio con Ex Machina, el realizado británico nos presenta una diatriba sobre una cuestión cercanísima: el machismo con los robots, el machismo con los alienígenas, el machismo con las pelirrojas y, ahora, el machismo con toda la sociedad. Así es. Los hombres estadounidenses han acabado declarándose la guerra. Una guerra civil, la segunda en menos de 150 años, en medio de la cual, un equipo de periodistas pretende llegar a Washington DC para entrevistar al Señor Presidente antes de que le hagan dimitir a balazos.
Los dos primeros tercios, aunque parecen sacados de una película de zombies, son de una gran intensidad dramática y el querer conocer lo que hay en la siguiente carretera interestatal nos ayuda a no abandonar nunca la exposición. El problema es el largo desenlace, donde todo lo anterior se hace sangre y al director le pierden las formas. Civil War es una película que entretiene, pero que no se mantiene. Bang!
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