Treinta y seis años después de su instauración, aquel modesto festival creado para dar visibilidad a la producción escolar autonómica y al, otrora, subestimado cortometraje amateur, lucha contra vientos, mareas, pandemias, efectos de las vacunas, fines de curso y noches de San Juan para intentar dar al lozano espectador una dosis de festival fílmico. Sin embargo, coincidir con el final del toque de queda y con la reapertura del ocio, ha reducido la capacidad de impacto y ha ampliado la edad del que aguarda.
Vinculado aún con las jóvenes promesas del audiovisual, la sección oficial de largometrajes de Cinema Jove —la única que ha examinado el que suscribe— sigue manteniendo un significativo y seductor nivel. La más que estimable producción turca Brothers Keeper’s, de Ferit Karahan, ha sido la ganadora de la Luna de Valencia al mejor largometraje y, a su vez, el Premio del Público. Una película áspera, ambientada en un internado al este de Anatolia, donde el despotismo y la disciplina castrense se interponen a la educación y al progreso. Su prólogo es un ejemplo de introducción a la lograda atmósfera venidera: la intimidación como peana de supervivencia y el miedo como asignatura se tejen para escenificar la denuncia.
La obra ucraniana Stop-Zemlia y la kosovar Looking for Venera destacaron sobre el resto de la sección por su manejo del lenguaje cinematográfico y por las formas narrativas. En ambas, el espectador debe acompañar a sus protagonistas a través de un costumbrismo involuntario que sirve como definición del entorno y, a la vez, como aprendizaje. Dos cineastas debutantes a tener muy en cuenta por sus sutiles miradas a un tiempo y un espacio que les ha tocado vivir. Impresionante secuencia, la del baile de madre e hija, en Looking for Venera e increíble manejo del sonido y la música en Stop-Zemlia Magníficas películas y magníficas directoras.
La historia de un joven ballenero, habitante de una pequeña aldea junto al estrecho de Bering, que se enamora de un delirio con las formas de una modelo que se entrega a la audiencia a través de su cámara web, le sirve al director ruso Philipp Yuryev para reflexionar sobre la inmigración ilegal, la educación sentimental y el aislamiento cultural. El formato documental y nervioso, las conclusiones poéticas y un buen actor hacen que The whaler boy sea una afinada y tenaz muestra de buen cine con, por desgracia, poco horizonte y mucho calado.
El mensaje evidente y la puesta en escena críptica hicieron su aparición con The Penultimate, del director danés Jonas Kærup Hjort; Ectasy, de la brasileña Moara Passoni, y Friends & Strangers, del realizador australiano James Vaughan. Tres propuestas arriesgadas que, no obstante, se diluían en su propia intención. La opresión del individuo por su país, por su escenario e, incluso, por su propio cuerpo se ejemplificaron en pantalla con la lírica, la experimentación o el absurdo como hilo conductor; lo cual, aunque visualmente sugestivo, acabó por hacerse bola.
All the Little Pretty Horses fue paradigma de ese cine turbio griego que, resueltamente, se pasea por festivales con la intención de contrariar. Michalis Konstatatos, quien ya dejara en San Sebastián su impronta con Luton, esta vez mejora su radiografía social al no querer ampliar a una colectividad y quedarse en la unidad familiar. Una pareja, venida a menos, desea volver a vivir en la opulencia, aunque sea mediante un espejismo. Demasiada frialdad en los personajes acaba por enfriarlo todo.
Mucho más cálida fue A primeira morte de Joana, de Cristiane Oliveira . Un coming of age delicado que presentó a una adolescente que investiga, sin cesar, con la intención de descubrir por qué su fascinante y atractiva tía abuela murió sin haber tenido pareja. La estirpe como concepto de adaptación, la sexualidad adaptada a lo que desea la sociedad y el primer amor son puestos elegantemente y sin estridencias en pantalla. Como también fue genial terminar el festival con la película belga Madly in life, de Raphaël Balboni y Ann Sirot. Tres actores formidables dan forma a un exquisito texto que ensambla las risas y la emoción de manera virtuosa para hablar de un tema tan duro como la demencia. Ha estado bien. El año que viene más.
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