(UNA PELÍCULA MUDA QUE ESTÁ DANDO QUE HABLAR) Un grupo de antitaurinos se manifestó hace pocos días en el Teatro de la Zarzuela donde se proyectaba la película Blancanieves con música en directo. Al grito de “La tortura no es arte ni es cultura”, los manifestantes recibían a los asistentes a la proyección. Además, la plataforma ha presentado una denuncia por infracción de leyes de la protección animal. Yo no sé qué pasó mientras rodaban las secuencias de toreo, pero la verdad es que los toros en esta película ganan cada vez que saltan al ruedo y son los toreros los que salen mal parados. Al único que se tortura en Blancanieves es a Pepe, un pollo.
Otras personas, orgullosas de vivir en un país avanzado, repleto de hipsters y donde la modernidad, la tecnología y la innovación campan a sus anchas, comentan lo paletos que somos al presentar una película a los Oscars repleta de tópicos como los toros, los toreros, las folclóricas, los andaluces, los carromatos de feria y las mantillas. Pues nada, sigamos vendiendo Torrente y sus grandes revoluciones fílmicas. A mí no me gustan ni los toros ni los toreros ni las mantillas, pero Blancanieves sí me ha gustado.
Y llegamos, como todo el mundo ha llegado, a The Artist. Sí, las dos son películas mudas y en blanco y negro, pero, como diría mi madre: “pare usted de contar”. ¿Pero no estamos esperando como locos que llegue la decimosexta parte de El Señor de los Anillos? Pues dejemos que haya dos películas mudas y en blanco y negro seguidas, y si alguien más se quiere subir al carro, pues bienvenido sea.
¿Cuántas Blancanieves llevamos este año? Tres. Sí llevamos tres. Pero esta es subjetivamente la mejor de las tres. Hay una frase en la película que define las intenciones del director/guionista; una frase que dicen los enanos toreros y que me sacó la mayor sonrisa de todo el film: “La llamaremos Blancanieves, como la del cuento”.
Estamos ante una versión, libre, españolizada, gótica y grotesca del cuento de los hermanos Grimm. Blancanieves es Carmen, una joven que vive acongojada por su madrastra Encarna hasta que se escapa y huye con una cuadrilla de enanos toreros. Y para narrar la historia el realizador, Pablo Berger, se vale de todo tipo de homenajes al cine que ha mamado: desde La noche del cazador, hasta El crepúsculo de los dioses, y sobre todo una película que en sus propias palabras “le vuelve loco”: La Parada de los monstruos; ahí es nada.
A todo esto hay que añadirle unos actores potentes, que no podían escudarse tras el susurro para esconder sus pocas tablas dramáticas. Esta vez había que dar la cara y hacer del gesto su texto.
Pues eso, una joyita.
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Maravillosa y valiente. Cine de verdad. De joyita nada, una obra maestra.