(SE VE BIEN) «Pienso que lo que ha hecho Keane es fabuloso. Tiene que ser bueno. Si fuese malo, no gustaría a tanta gente». Esta es la cita warholiana que prologa la última y nada gótica película de Tim Burton. Una referencia a la obra de Margaret Keane, muy positiva, sobre lo que es el arte si se le pone un fin en sí mismo. Es una pena que el film no se decante tanto por el enorme debate existente alrededor de las pinturas de la señora Keane. El cuestionadísimo estilo de la artista pasa a un segundo —o quinto— plano en el guión de Scott Alexander y Larry Karaszewski, autores de esa maravilla llamada Ed Wood, en la que sí acometieron el tema de la obra del peor director de cine de la historia (o eso dicen en no sé qué lista).
Big Eyes se ve bien. No te deja los ojos como los de los niños de los cuadros de la protagonista, pero sirve para pasar un buen rato. El problema es que no deja poso. Visualmente distinta a la mayoría de películas de la filmografía del exmarido de Helena Bonham Carter, hay algo en ella que no me acaba de cuadrar —y el chiste ha salido sin querer—. No es que me falte su exmujer o Johnny Deep en el reparto, sino que circula sin prácticamente sobresaltos y cierra mediante un final algo indolente. La historia del matrimonio formado por Margaret y Walter Keane está espoileada en incontables páginas de la red. Así que yo simplemente os cuento lo que dice la sinopsis: en los años 50 y 60 tuvieron un enorme éxito los cuadros de niñas y niños de ojos enormes que pintaba Margaret y que firmaba Walter. Ella cardaba la lana y él se llevaba la fama.
Ese matrimonio de intereses encontrados se nos exterioriza y se nos desentraña desde dentro. Una época de postguerra, machista y acomodada en sus creencias, que necesita novedades sin complejidades se nos presenta como marco en el que la pareja ve pasar el tiempo sin cambios. Lo kitsch, los lienzos que tanto gustan a Alaska y Mario y que tan poco agradan a Woody Allen y la contienda entre el arte personalizado y la producción en serie están siempre debajo de la asfixia de la actriz principal, encarnado por una efectiva y buena actriz de nombre Amy Adams. Christoph Waltz está algo desenfrenado y de la actriz que hace de la hija —personaje físicamente más del universo del tío Tim— mejor ni hablar. Aún así, vista como una película hollywoodiense que no busca entrar en ensayos artísticos ni dejar nada abierto al espectador, reitero que Big Eyes es una película entretenida.
Con permiso de Ed Wood, y aunque ni el país de las maravillas ni los vampiros le sentaron excesivamente bien, estoy esperando ansioso que Burton vuelva a sus mundos de fantasía: a caballeros sin cabeza, a canes remendados, a extraterrestres de colección de cromos o a jóvenes con dedos afilados. Pero tranquilidad, que he leído que el director de los pelos enmarañados hay tres palabras que muy pronto va a repetir: Bitelchús, Bitelchús, Bitelchús.
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Bitelchús, ¡vuelve que nos comen!