“Es poco atragantable por su ligereza y falta de riesgo. Una obra que entra como la tabla del cinco y que tiene en su buen ritmo y en sus interpretaciones su lado a positivar”. Estás líneas se escribieron en este mismo blog hace tres años exactos. Era la conclusión a la crítica de Green Book, un filme inane y algo doloso que acabó llevándose el Oscar a la Mejor Película y que puede perfectamente ilustrar lo que representa Belfast. Apostar por la mirada inocente de un niño (como incontables veces se ha proyectado) no es lo mismo que apostar por un planteamiento infantil. La última película de Kenneth Branagh carece de duende y excede de sentimentalismo pasajero.
El mismo verano que Armstrong —o Kubrick, no recuerdo— puso un pie en la luna y los exordios violentos del conflicto norirlandés se paseaban por las calles de la capital, Buddy, alter ego del realizador británico, erraba con sus curiosos nueve años descubriendo el mundo de los adultos. La religión, la represión, los dramas familiares, la muerte, las bandas juveniles, el primer amor o la búsqueda de cultura evasiva son demasiados temas para tratar en tan poco metraje, y más si no se apuesta por utilizar uno de ellos como eje vertebrador. Sí, ‘the troubles’ entre católicos y protestantes están como telón de fondo y hacen de detonante para ciertas decisiones; pero no acaba por calar tanto buenismo y algún malo de rasgo marcado.
Quizá tanta expectativa acabó por defraudar, pero (un momento que va lo bueno) el niño emocionado viendo El hombre que mató a Liberty Valance, la secuencia en la que ve a su padre reflejado en el Gary Cooper de Solo ante el peligro o las canciones constantes de Van Morrison bien valen una entrada. O no, yo qué sé.
Un apunte cáustico para el director: “si ibas a darle tan poca bola a tu hermano, haber hecho como Sorrentino y haberle metido toda la película en el baño”. Pobrecito, seguro que ya no le habla.
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