En estos peculiares, chocantes y preelectorales momentos en los que un club tan conservador, tan histórico y tan español como el Real Madrid se ha convertido en un adalid contra el racismo, elegí entrar en una sala cuya película presentara un tema tan en boga. Asedio, de Miguel Ángel Vivas, es, como el fútbol, un entretenimiento puro y físico del que surgen inquietudes periféricas que no acaban de encajar. La denuncia social es necesaria, ahí lo primero, pero gritar tanto el discurso le resta credibilidad y lo vuelve vaporoso. En lo meramente cinematográfico, se percibe algo encorsetada esa doble presentación: mucho mejor y clara en la cuestión del deshaucio del anciano que en la introducción africana. A partir de ahí, sí entramos en un ritmo agobiante, realizado con pulso y planos secuencia, que permiten al resultado no decaer. Inmigración, desalojos violentos y corrupción policial (el detonante) se entrecruzan buscando un final que no es otro que la supervivencia.
El punto de giro de la historia se presenta mientras la protagonista se encuentra escondida en un piso y descubre una trama de sobornos de unos policías con un narcotraficante. Una ruptura de la trama, inesperada, potente, sensacionalmente dialogada y con un tempo tan bien sostenido que, a partir de ahí, se vuelve complejo remontar dicha secuencia. El resto es una lucha por salir con vida de la situación y el ‘asedio’ se convierte en un aparato bien compuesto, fotografiado y sonorizado que espera su desenlace. Solo queremos ver cómo termina el partido: un partido entretenido. Nada más. Y nada menos.
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