Una película que aborrece medio mundo y ama el otro medio, nunca es una mala película. Una sentencia subjetivada que, indiscutiblemente, habla de la no indiferencia y del impacto de extremos. Leos Carax se ha especializado en ese ámbito fílmico y estaba claro que su incursión en el musical no iba a encajar en la masa de manera proporcionada.
El grupo Sparks, muy del estilo exigente y poco clasificable de Carax, le ofreció la partitura al director y este se encargó de ponerla en representación. Así, sin acentos diacríticos y sin red que amortiguara la culpa. El realizador francés vio de recibo que, por una vez en este género, la música fuera más verosímil que las imágenes que lo acompañan y el metalenguaje hizo el resto.
La apertura de Annette no puede estar más lograda. Vemos al director, acompañado de su hija, tras la pecera de un estudio de grabación, preguntando a los componentes del grupo estadounidense si ya pueden empezar: “So may we start?”. Las protagonistas teclas de un piano convierten dicha interrogación en canción; y el grupo al completo sale del estudio a recoger al resto del elenco por las calles de Los Ángeles. Adam Driver, Marion Cotillard y Simon Helberg se unen a la comitiva y a las voces de los Sparks para dar forma al primer tema. Una secuencia que finaliza con los tres intérpretes partiendo cada uno en busca de su primera escena en el filme. El coro se despide de Henry (Driver) deseándole buena suerte y de Ann (Cotillard) deseándole buen viaje. Sensacional. Tómame. Tuyo soy. Mío no.
Henry es un monologuista de convenciones incómodas y gran éxito que sale con Ann: una admirada cantante de ópera. Son la pareja de moda y el centro del universo. Todo es perfecto. Hasta que nace su hija Annette.
La película, entre decorados operísticos y tramoyas al aire que dejan desnuda la ficción, disecciona el quebranto de una relación, el éxito, la explotación, el abuso, el ego, la incorrección y el nuevo cosmos del espectáculo. Y lo hace a través de instantes —sin secuencias valle— cautivadores y de boca abierta tras la mascarilla: como ver a un bebé bostezando, como un concierto de los Pixies, como entrar en La Santa Croce o como saber que un futbolista portugués multiplica por 149 los seguidores de la Tate Modern en Facebook. Es lo que hay.
La cuestión: si entramos a analizar el metraje minuciosamente o la credibilidad de lo impostado, nos perderemos lo que tenemos delante. Se llama Annette y es un espectáculo.
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