Tom Ford, director de moda y diseñador de cine, sabe de envoltorios –como bien demostró en su primer impacto fílmico–, pero también sabe narrar y encajar historias complejas surgidas de la lírica. Esta vez, el spot de su firma, que se reflejaba en cada plano de Un hombre soltero, acontece marcado por un impudor en el atuendo y las grafías que se escenifican: un ejemplo claro es el actor, curiosamente el más estéticamente fordiano (de Tom) de todo el filme, que aparece sentado, completamente desnudo, en un retrete situado en el porche de una desvencijada casa. El realizador se desmarca así de su universo más particular para entrar, esta vez más, por la puerta grande del cine. Hay forma sí. Pero también contenido.
Otro paradigma de esa evolución hacia insólitas maneras es el inicio de Animales nocturnos. Unas mujeres entradas en carne bailan en unos grandes plasmas o dormitan sobre peanas: son la explicitación de un proyecto artístico de Susan Morrow. Ella es la protagonista. Una artista y galerista de éxito que vive rodeada de opulencia, fiestas y vacío existencial. Nacida de buena y conservadora familia, eligió el arte como expresión de su rebeldía. Algo que no ocurrió con la relación con su primer marido, al que dejó por soñador y débil individuo sin pretensiones. La mañana después de la exposición, diecinueve años después de abandonarlo, Susan recibe un borrador de una novela escrita por él. Está dedicado a ella.
El modisto adapta la novela Tres noches (Austin Wright) y compone un relato en diversos planos. Mientras Susan entra sin piedad en las páginas que le ha entregado Edward (su exmarido) va dándose cuenta de su talento, a la vez que duda del suyo. El durísimo drama de la ficción frente a la realidad que le rodea. La urbe de apariencias frente al relato del salvaje oeste. La alta sociedad frente a las más bajas intenciones del ser humano. Aunque, a veces, no es todo tan distinto.
La literatura, como el cine, tiene diversas lecturas. Por lo menos el buen cine y la buena literatura. En Animales nocturnos hay sutilezas, que nos hacen dudar y debatir, y explicitudes que te dirigen, como un cuadro que pide venganza, hacia un intenso y sobresaliente cierre. Una excelente película que no se desentiende del espectador y que le deja, como a la protagonista, la parte de las lecturas e intenciones.
En una ocasión le preguntó Susan a Edward que por qué quería escribir. Edward le contestó: “escribo porque todo muere y cuando escribes las cosas permanecen para siempre”. Muy bien, como siempre, Jake Gyllenhaal y Amy Adams.
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