Hay óperas primas que ya definen unas intenciones, las de su realizador, capaces de enmarcar futuras propuestas. Lo digo porque, a ratos, aunque mirado desde detrás de una valla, la primera película de Gerard Oms quiso recordarme a Martín Patino y sus Nueve cartas a Berta. En ambas hay exilio emocional, personajes dolientes y “un español que quiere vivir, y empieza a vivir”. Sé de lo separado de ambas propuestas en cuanto a su compostura y a algunas piezas de su argumento, pero intrínsecamente esconden un primer lanzamiento de denuncia social y censura emocional. O eso he querido ver.
Sergio es un aficionado del Espanyol que viaja a Utrecht para animar a su equipo. Tras sacar toda su testosterona en el partido y en la fiesta del bar del albergue donde se hospeda, sufre un ataque de pánico nocturno. Su decisión, al día siguiente, es tirar la cartera a una papelera y quedarse en una ciudad nueva. Sentencia y detonante que piden acompañamiento y comprensión al espectador para ir descubriendo, poco a poco y sin líneas gruesas, lo que le sucede al protagonista.
Muy lejos es una película que trata de entender y de no entender. Una composición que busca aberturas constantes en las que coger aire y donde la arquitectura, sensitiva y física, es fundamental. La oscura habitación compartida de una pensión en la que empieza, el enclaustrado ático con una pequeña lucerna en el que termina, los extraños habitáculos del restaurante en el que trabaja o, incluso, la grada del estadio donde alienta a su equipo y se desalienta a sí mismo, son espacios que enmarcan esas dudas constantes que surgen y que no necesitan palabras. Un debut más que destacable sobre una huida hacia arriba, lenguas nuevas, pocos diálogos y presión en el pecho.
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