Más que una película es un grito de desesperación, una denuncia a un sistema teocrático que comprime las artes y las convierte en “crímenes contra la seguridad del país”, un estado de ánimo que busca liberarse como acusación fílmica y un homenaje a todas las mujeres iraníes que protestaron y se quitaron el velo jugándose la vida tras el asesinato de Mahsa Amini. La semilla de la higuera sagrada es un valentísimo acto político, donde gran parte del equipo ha tenido que huir de Irán tras su producción y que resulta complicado analizar con objetividad desde la calidez y complicidad de un lugar lejano.
Como contundente punto de partida, cabe destacar que al director Mohammad Rasoulof le surgió la idea de la película estando en la cárcel, durante el estallido de indignación por la muerte de Amini e inspirado por un carcelero que le confesó que se odiaba a sí mismo y cuyos hijos criticaban su labor con el régimen. Decidió volvérsela a jugar contando la historia de una familia establecida entre unos miedos y recelos que se agitan tanto dentro como fuera de su hogar. El padre, un juez de instrucción que firma sentencias bajo coacción sin necesidad de leerse las causas, está tan saturado de trabajo que no conoce más situación que la que marcan los fiscales y la ley de Dios. Mientras tanto, en casa, su mujer y sus dos hijas intentan adaptarse, cada una con su propia rebeldía, a unos tiempos que se ven diferentes desde fuera del sistema.
La semilla de la higuera sagrada es larga, pero ágil. Sus dos primeros tercios, modélicos y sutiles, muestran una sociedad patriarcal y fanática convertida en un polvorín. La parte final, transmutada en thriller doméstico, es más caótica y la metáfora no parece que termine de funcionar. Pero, lo dicho, quién soy yo para juzgar. Secuencias potentísimas, como los interrogatorios o el instante en que el padre detiene el coche junto a una mujer joven, moderna, con gorra en lugar de hiyab, con piercings en lugar de pánico y con un fascinante sosiego en su mirada, hacen del alegato de Rasoulof una oferta contundente y necesaria que han convertido en película aquellos clamores de las manifestaciones de 2022: “Mujer. Vida. Libertad”.
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