Hay tantos problemas en el mundo que parece que lo lógico sea callarse los tuyos propios. Y si los problemas son, aunque pasados, tan sólidos y enfáticos como los del genocidio nazi, el silencio es radical. El concepto de partida, tratar el dolor interno en comparativa con los dolores sociales e históricos, es un atino con un recorrido enorme. Ahí es donde Jesse Eisenberg mueve con discernimiento sus hilos narrativos y alcanza un producto tan popular como honesto. Con todo, y aun logrando una película efectiva y fácilmente consumible, algún lastre en la definición de personajes y la sobreexplicación en el momento de conocer la situación encerrada, impiden la redondez.
A Real Pain cuenta el reencuentro de dos primos que, después de un tiempo sin verse, viajan a Polonia para ir a ver la casa de su abuela fallecida. Deciden unirse, además, a un tour sobre el Holocausto para judíos que no quieren olvidar sus raíces. Uno de los primos (interpretado por el propio Eisenberg) es apocado, neurótico, está casado y tiene un trabajo fijo. El otro (interpretado por Kieran Culkin) es directo y de los que llenan las estancias y los silencios de contenido; aunque su vida está algo vacía. Si pensamos en el papel de Culkin en Sucession y el de Eisenberg en cualquiera de sus películas, veremos a personajes que no evolucionan por la poca sorpresa de la elección. Eso sí, la no evolución de los primos es sugestiva; pues no se trata de cambiar sino de descubrir.
A pesar, lo dicho, de que nos revelan el problema (mental) del primo más charlatán en escasos dos minutos (asunto que, incluso, no necesitábamos conocer), A Real Pain tiene más profundidad de la que emerge, se mueve de la bufonada a la desolación con destreza y tiene una parte final acertada y emocionante. Más aún, la íntima y silenciosa visita al campo de concentración y la mirada expresiva de Kieran Culkin son ingredientes suficientes para apostar por el viaje. El hermano pequeño de Macaulay apunta al Oscar.
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