Desde el inicio de Marco, los directores dejan claro que lo que se va a representar es una ficción sobre una ficción. Un recurso que deja de ser recurrente durante los 100 minutos restantes de película, hasta una aclaración textual previa a los créditos. No estamos, pues, ante una recreación detallada de los sucesos, sino ante la subjetiva narrativa de una patraña que, no obstante, dio voz a una realidad olvidada.
Aitor Arregi y Jon Garaño adaptan sus intenciones a un concepto que desarrollan sin perder en ningún instante. Y esa forma de adaptarse a la historia, como han hecho con todas sus anteriores propuestas, es algo destacable que la descomunal interpretación de Eduard Fernández no debe nublar en absoluto.
Enric Marco Batlle construyó un personaje, verosímil para quien no indaga, en torno a su supuesta presencia en un campo de concentración nazi. Tal fue su entrega que acabó presidiendo la Asociación Amical de Mauthausen y llegando al Parlamento a contar sus vicisitudes como víctima del holocausto. Una jugosa mentira puesta en cadenciosas imágenes de manera eficaz gracias a su solvente guion y a las palabras y silencios de su actor protagonista. Vean Marco.
No Comment