Apenas unos meses después de que Maxine decidiera dejar el gemido para dar el salto al grito agudo y punzante, el primer ministro sueco Olof Palme fue asesinado en un lugar, en apariencia, mucho más pacífica que Los Ángeles. Es sabido que el magnicidio continúa sin resolver y, a su vez, es curioso que, desde entonces, decenas de personas se hayan autoinculpado del crimen. No tengo muy claro por qué desconecté de la proyección (quizá el director pusiera de su parte) para pensar en semejante intriga. Sin embargo, sí le encontré un curioso vínculo: la necesidad de trascender, la búsqueda de la fama a cualquier precio o, como dice la protagonista del filme, no aceptar una vida que no se merece.
Los 80 fue, para el cine, un estallido de todo lo que se venía fraguando desde que, en la década anterior, sensacionalmente argumentado por Peter Biskind, a una generación le diera por cambiar las cosas. La autoral dejó paso al deseo del público y lo mainstream se hizo soberano. Pero, ojo, estamos en la época que me abrió los ojos a este arte y no pretendo desmerecerla para nada, al contrario. Se trata de un periodo de amaestramiento que me hizo empezar a interesarme por un arte que precisa de lecturas gruesas antes de lanzarse al desierto de lo anhelado. Y en esa década, Ti West, un realizador que nació con ella, presenta la tercera parte de un retablo que ha utilizado el calco semántico de películas que mamamos para hacer un conveniente y convincente ejercicio de personalidad. Hay que destacar que el director mejora, la mayoría de las veces, la formalidad, la puesta en escena y el tempo narrativo de aquello a lo que alude.
Maxine, la superviviente de la matanza que se nos expuso en la primera de las partes, tiene 33 años y sigue ganándose la vida como actriz porno. Su deseo es llegar a hacer cine convencional y más adaptado al glamur hollywoodiense y, para ello, es capaz de cualquier cosa, como, por ejemplo, decir que ella asesinó a Olof Palme. Arranca Maxxxine con una gran secuencia, el casting de la protagonista para la secuela de una película de terror, y de ahí nos lanzan a unos créditos que te llenan la cabeza de nostalgias. Un asesino en serie anda suelto por los bulevares, los fanáticos religiosos se sitúan a las puertas de discográficas, estudios cinematográficos y todo aquello que lance soflamas no adaptadas a sus rígidos sentidos; los sex shops y los peep shows recargan las aceras como ahora lo hacen las tiendas de carcasas de móviles y de calcetines y los colores ‘de Palma’ nos sirven de caja de resonancia para las canciones de New Order. Todo correcto. Todo entretenido. Si bien, a pesar de lo buen director que es el señor West, a pesar de lo magnética actriz que es Mia Goth y de que, como evasión, estamos ante un gran producto, me quedo con la mejor línea de diálogo, una cita entrecomillada de Bette Davis que funciona perfectamente como tagline de la película: “En este negocio, hasta que no te vean como un monstruo, no eres una estrella”.
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