Es tremendamente consecuente que una película sobre un descuartizador no tenga ni pies ni cabeza. Y de esa forma hay que enfrentarse a La trampa: sabiendo que es una hilarante comedia. Ya desde su título, Shyamalan nos infiere lo tramposo de una historia y, también, de un argumento. El director de El sexto sentido no engaña a nadie, y una escena postcréditos así nos lo corrobora.
Si algún espectador se acerca al cine esperando un buen thriller, saldrá defraudado. Sin embargo, si lo que espera es pasarlo bien, esta es la mejor película que puede encontrar en la cartelera. Absurdamente entretenida.
Un buen padre de familia, pero asesino en sus ratos de asueto, acompaña a su hija a ver a la artista pop del momento a un recinto, con más de 30.000 personas, preparado para descubrir y aprehender a ‘el carnicero’. Al poco tiempo de empezar, el buen padre y mal ciudadano descubre lo que está pasando y debe escapar. Excelente sinsentido de partida que se acoge a los continuados y absurdos giros de guion para destartalar la coherencia y hacer del absurdo una disciplina artística. Si a la segunda incoherencia, Shyamalan hubiera decidido ponerse serio, el ejercicio hubiera acabado en descalabro. Pero no. La trampa (en cursiva o en redonda) se alarga sin miramientos ni lógica.
Estamos ante un alumno aventajado y excesivo de Brian De Palma, con toques de Hitchcock y cortesías constantes al cine de acción de los 90, que utiliza los directos en Twitch, el bulling, los macroconciertos de las nuevas generaciones y el TOC para adaptarse a una audiencia inmensa. Nada de intriga, thriller o drama. Comedia.
No estoy siendo sarcástico, irónico o cínico. Este artículo no tiene trampa. Eso se lo dejo a M. Night Shyamalan
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