Tanto Paola Cortellesi, como sus dos coguionistas, Giulia Calenda y Furio Andreotti, provienen de una comedia italiana cómoda, evasiva y sin ningún tipo de profundidad. Los engaños melodramáticos y reiterativos, la música como tobogán de sensaciones y la teatralidad de muchas de las secuencias de Siempre nos quedará mañana son una prueba de que aún les queda camino para llegar a ese extraordinario clasicismo que el país de la bota nos dejó en prenda. Monicelli y su commedia all’italliana, con hostia al fondo, y la desacostumbrada Lina Wertmüeller, procuradora de propuestas políticas y feministas poco didácticas, son ejemplo de un realismo contundente que, sin embargo, Cortellesi no parece pretender.
Ahora bien, Siempre nos quedará mañana no puede considerarse una película fallida (adjetivación que odio), pues sin necesidad de comparar con lo neorrealista o con esa comedia italiana de recado, la directora tiene muy claro lo que quiere contar y, sobre todo, las formas con las que hacerlo. Acertado o no, su enorme taquilla y su cantidad de nominaciones nos indican que su público es mayoritario y universal. Y no solo eso, pues tiene un desenlace poco esperado para aquellos que no abusamos de información previa a su visionado. Todo para triunfar.
La historia de Delia, una mujer casada con un maltratador y con una hija mayor en edad de prometerse, es tremendamente eficaz y se disfruta a pesar de que se le ven más las costuras que a la remendada ropa de su protagonista. Así que, si no van al cine con la intención de encontrarse con Parenti serpenti o Travolti da un insolito destino nell’azzurro mare d’agosto, la disfrutarán. Se lo aseguro.
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