Sabes que estás ante algo triste, pero no puedes dejar de tener una ligera y constante sonrisa en la cara durante su visionado. Tótem, de Lila Avilés, es una tierna composición en torno a los preparativos de un cumpleaños. Sol, una niña de siete años, va a casa de su abuelo a preparar la fiesta sorpresa de su padre. Sol sabe que su padre está enfermo y lo único que desea es no tener que enfrentarse, de forma tan prematura, a la muerte. Tela.
En la cama en la que su abuela pasó sus últimos días, ahora desvigoriza su padre. Y el resto de la familia prepara el aniversario en las demás estancias. Hacer una tarta, vestirse de payaso, dar de comer a un pez de colores, colgar guirnaldas, limpiar los muros de malos espíritus o teñirse el pelo son acciones inversas al dolor. O no. La vida sigue.
Tótem no es fácil ni quiere serlo. Es una película de acompañamiento que, en manos de un realizador más encaminado a las concurrencias, hubiera terminado en lágrimas, música adornada y diálogos artificiales. No hay que descubrir la sorpresa tras el cambio de secuencia, sino el detalle y la mirada. Hay que ponerse en el lugar de Sol y mirar como ella mira. Y no sólo dramatizar. La muerte está de fondo, sí. Pero es una película mexicana y, allí, las calaveras no dan tanto miedo.
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