Cuando en Secretos de un escándalo se miran al espejo, y de paso las dos protagonistas presentan sus fluctuaciones al espectador, lo hacen de cara y de perfil, como si fuera una fotografía de prontuario. No podemos condenarlas sin antes juzgarlas y, ahí, es donde Todd Haynes se mueve con su habitual maestría: con melodrama, pero sin aleccionar, dejando que seamos nosotros el jurado popular; con thriller, pero el de los zooms desubicados y el de la música robada y dislocada (ha utilizado la banda sonora de otra película para esta).
Secretos de un escándalo narra la historia de una actriz que va a convivir unos días con la persona que debe interpretar en una película, documentarse sobre su entorno y entrevistarse con sus allegados. Se trata de una mujer que a la edad de 36 años tuvo un romance con un niño de 13. En la actualidad, tras un divorcio, 23 años de relación, estancias en la prisión y ser el foco de un caso tremendamente mediático, se han convertido en una pareja con hijos mayores, una familia política reubicada, la comidilla vecinal y una casa grande junto a un lago.
Para enfocar este folletín, el realizador opta por un estilo de telefilm aupado a masterpiece. Entre Almodóvar y De Palma, y mucho de Haynes, el relato se desliza por las calles de Savannah cediendo mucha curiosidad psicológica y una doble vertiente de interés. La obsesión perturbadora de la actriz (enorme Natalie Portman) por hacer una interpretación lo más creíble posible y los límites del amor, sin valoración moral, son dos líneas narrativas hiladas a la perfección.
Ante todo, Secretos de un escándalo es, desde el guion, una interesante forma de plantear que las películas basadas en hechos reales no tienen por qué contar aquello que sucedió, sino que es mucho mejor absorber datos y lanzarlos a la pantalla en forma de encantadoras ambigüedades.
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