Que Yorgos Lanthimos expresaba sus inquietudes fílmicas con certeza y excesos, siempre ha sido una realidad. Y que eran exactamente esos excesos los que hacían que acudiéramos con ansia a sus estrenos, también es innegable. Personajes deshumanizados, apartados a la fuerza de toda realidad convencional y que vivían en escenarios paralelos o protegidos de la verdad circundante eran algunas de sus expresiones narrativas.
Esta vez, sin participar de su escritura, se lanza a la aventura con una película Lanthimos total. Sólo que, esta vez, parece que ha dejado a sus personajes salir al mundo a ver qué se encuentran y, ante todo, a ver qué opinan. Como si el padre de Canino hubiera abierto la puerta del garaje. Eso sí, sus excesos han sido mucho más explícitos e, incluso, mucho más disfrutables. Los diferentes carteles de Pobres criaturas —esas piezas que adelantan intenciones— nos iban dejando claro que estábamos ante un trabajo visualmente existencialista, rococó, romántico y muy punk.
Bella Baxter es la nueva criatura del Doctor Godwin Baxter. Una recompuesta mujer obligada a volver a aprenderlo todo y a llenar su cerebro de teorías puras. Sin embargo, su propio y lógico autodescubrimiento le lleva a buscar el conocimiento empírico. Quiere salir a ver mundo.
El resultado es una película de las que te hace salir muy feliz del cine. De las que convierten un lunes en un jueves por la tarde al salir del curro. Una película enormemente divertida, potente, deforme, angulosa, caricaturesca, feminista, libertaria, gris, colorida, con una bárbara Emma Stone y una dirección artística memorable. Pobres criaturas es la película más excesiva de un director excesivo y, asimismo, su obra más accesible. Gócenla en pantalla grande y en versión original. O no. Hagan lo que quieran.
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