Dice Gottfried, extravagante y adicto personaje de la Serie Irma Vep interpretado por el actor alemán Lars Eidinger, que «la industria (abogados, big data, franquicias, plataformas y todo eso) ha sustituido al cine». Y no dando por concluido tal cliché, remata su aserción señalando que «el cine independiente no es mejor, pues da sermones hasta la náusea». No hay que malinterpretar la soflama del sedicioso y drogadicto de Gottfried. Este dócil cronista —y supongo que también Olivier Assayas— no podemos dar por axiomático algo que se pone en boca de un personaje de esa misma industria. Sin embargo, sí sirve como ejemplo de lo vivido y escuchado en un certamen que intenta no dejar nada fuera de sus dominios. La libertad creativa, en un sector que depende tanto de butacas que llenar, siempre estará comprimida y algo supeditada a ser consumida. Incluso el arte más puro ha dependido, en una u otra medida, de ese consumo. En lo que llevamos de festival ha habido propuestas (iba a poner productos) de todo tipo. Y, curiosamente, hasta ahora, lo más libre ha sido una película estadounidense dirigida por la directora novel Raven Jackson. All dirt roads taste of salt es una exploración lírica de varias décadas en la vida de una mujer en Misisipi. Un ejercicio arriesgado, idílico e idealista que arrancó bostezos y a gente de sus asientos durante los 97 minutos lanzados. Quizá necesite un segundo visionado para poder entrar en ella; aunque no sé si le daré la oportunidad. Jackson es fotógrafa, poeta y cineasta y, parece ser, que en ese orden. Preguntada por la duración que dedicaba a cada emoción, ha dicho que “no se puede escribir cómo de largo será un abrazo”. Y tiene razón, pero cuidar los tempos, como en la música, necesita de eso… de tiempo. Eso sí, tiene más planos de lluvia que un videoclip de una boy band.
Siguiendo con libertades, el maestro japonés Hayao Miyazaki inauguró todo este lío con El chico y la garza. Con la estampa de Studio Ghibli y con sus más de ochenta años, Miyazaki no debe dar cuentas a nadie y ha emocionado con su animación adulta y atemporal sobre los lamentos de la pérdida y sobre el crecimiento obligado; un lienzo con tantas aristas a las que agarrarse que cada cual puede adaptarse a su discurso. Bonito es eso.
La película Fingernails, que llegará a Apple TV el próximo 3 de noviembre bajo el nombre No te va a doler, se arrojaba al espectador bajo una interesante y muy griega premisa. Existe una Universidad del Amor (o algo así) que puede certificar el enamoramiento de una pareja. Con una uña de cada miembro, se puede medir la compatibilidad y el amor verdadero. En serio. Pero como hay demasiados divorcios debido a la prueba, también enseñan a seguir in love. Ya sabéis, películas de Hugh Grant, canciones en francés y esas movidas. El resultado final es más de lo mismo. Un concepto curioso que se transforma en líneas de narración transitadas.
¿Sabéis esos pueblecitos groenlandeses costeros con una decena de casitas de colores desperdigadas por su blanco y hermoso término municipal? ¿Esos que los ves y piensas: “pues me quedaría una temporada a vivir ahí”? Pues yo ya no. Kalak fue una película que empezó con una mamada explícita que pretendía dejar claros los abusos que sufrió un enfermero danés antes de irse a ese pueblecito groenlandés a darlo todo. Aunque entiendo lo que me quieren decir, es todo demasiado sórdido y denso para acabar de entrar en su trama. Medicinas, sexo, rock and roll y un carajillo sueco. ¿Cómo se hace? Pues pones una moneda en una taza y echas café hasta que deja de verse. Después echas vodka hasta que vuelve a verse la moneda. Y para dentro. Siempre se aprende algo en el cine. Siempre.
El sueño de la sultana es de esas proposiciones que no deben reprocharse. Una animación, discordante con el resto de las obras de ese tipo, con un mensaje loable y que adapta un cuento feminista escrito en Bengala en 1905. Es libre. Es punky. Es evocadora. Pero aturde. Lo siento. Fue algo difícil de asimilar tras varias películas mucho más accesibles.
“Cuatro breves momentos en el tiempo que capturan las andanzas de un puñado de almas errantes atrapadas en la encrucijada de la historia”. Enfrentarse, a priori, a tres horas de película desconocida, cuya sinopsis no formula curiosidad sino duda, es tan difícil como atrapar la última línea de polvo con el recogedor. Sí. MMXX, del siempre extenuante y verborreico Cristi Puiu, no fue algo fácil. No obstante, al reposarse es de las piezas que se conservan en mente. Cuatro instantes dialogados, en tiempo real, que hablan desde lo particular hasta lo general de la sustancia rumana en el año de la pandemia. Tres episodios iniciales y domésticos que muestran lo poco sutiles que somos en la intimidad y cómo funcionamos alejados de una realidad que nos supera y un último episodio durísimo sobre la violencia en la periferia rumana. MMXX pide un esfuerzo al que contempla, pero deja ásperos mensajes que analizar, en ocasiones, difíciles de desentrañar. Como dice uno de los personajes: “Labios de gallina. Rodillas de pez”.
Dos pequeños filmes, uno argentino y otro estadounidense, han resultado ser dos de las sorpresas más agradables. En La práctica, el director argentino Martín Rejman nos ha patentizado la parálisis facial de un grupo de personas que habitan en la capital chilena. Lo que en los primeros instantes parecía simplemente mala actuación, ha resultado ser una composición donde la historia estaba por encima de cualquier acción. La ira, el dolor físico, el miedo al rechazo y cualquier sentimiento que asomara era interpretado de forma inane por todos los personajes. Ex Husbands, última película de la sección oficial que vamos a exponer en esta primera crónica, es un muy honesto trabajo del cineasta estadounidense Noah Pritzer. Con hechuras indies noventeras, se nos relata la historia de tres generaciones de hombres dejados o que dejan a sus parejas. Cine bien dialogado y sin pretensiones que deja, además de buen poso, a un actor excelente que todos conocemos: Griffin Dunne. ¿Concha de plata? Quizá. Yo lo veo.
La sección Perlas del festival donostiarra es espacio de nombres acreditados, de películas premiadas y de ofrendas afianzadas. En ella se han visto dos formas diversas de enfrentarse a la tragedia real. Bayona y su impecable control técnico dejaron aturdidos, para bien y para menos bien, al personal con su espectacular La sociedad de la nieve. Un nuevo acercamiento a la tragedia de los andes donde, además, se acentúa, no sólo la búsqueda de vías de escape, sino la diatriba que supuso el canibalismo forzado. Se hablará bastante de ella. Matteo Garrone nos pide que acompañemos a Seydou y a Moussa en su odisea para arribar a Italia desde la lejana Dakar. Escenario de máximos en una película que aturde por su exceso de subrayado dramático que consigue, al final, que nos volvamos inmunes a la dura y violenta travesía. Aun así, aunque falta algo del Garrone que conocemos, Io capitano es dinámica y está muy bien contada.
Koreeda, mi amado Koreeda, me dejó frío. Una pena. Esta vez no ha formado parte del libreto y quizá por no haber participado de la escritura del guion, parece dispersarse del contenido narrado. Un primer tercio sublime y atrapante se va desinflando conforme la película va dándonos todo mascado. Es bueno ir a ver Monster, que así se llama, no sabiendo nada de lo que vamos a ver. Mucho más delicada, mucho más japonesa y mucho más Koreeda fue Perfect Days, de Win Wenders. La rutina de Hirayama, un silencioso, metódico y profesional limpiador de baños públicos en Tokio, se nos muestra de forma silenciosa, metódica y profesional. Un personaje tan enclaustrado en sus horarios que la libertad la utiliza solamente para soñar. Unas salpicaduras de encuentros imprevistos y no deseados, nos revelan algo más de su pasado; pero sin excesivas evidencias. Muy buena película la última de Wenders. Por cierto, elegida por Japón para representar a su país en los Oscar.
Y muy buena y elegante fue también Past Lives de Celine Song. Una debutante a la que seguir sin parar y sin mirar atrás. Delicado, nada melodramático y doloroso, por real, acercamiento al amor que puede ser pero que no llega a arrancar. Por el tiempo. Por el lugar. Por las circunstancias. Por el idioma. Un Breve encuentro del siglo XXI con una última hora para enmarcar. No se la pierdan. La estrenan el 1 de noviembre. Y véanla, obligado, en versión original. El lenguaje es un personaje más. Quizá el más importante.
El poco complaciente Jonathan Glazer ha dejado caer en las salas del festival La zona de interés. Atención a esto: mientras vemos una familia nazi y burguesa discutir por no perder privilegios ni su pequeño paraíso en la tierra, en forma de mansión, nos damos cuenta de que el muro de esa gran casa de campo comparte división con otro campo: el de Auschwitz. Sus problemas domésticos o de reparto de bienes ajenos tienen como banda sonora diegética disparos espaciados, gritos y un ruido constante como de hoguera o de viento que no cesa. Y, entretanto, los niños rubitos juegan con dientes de oro que guardan en una cajita de cerillas. Pierde intensidad en sus últimos instantes debido a la experimentación, pero se trata de una película que hay que sufrir. Y ver. El fuera de campo como nunca se había visto. Brutal.
Sandra Hüller era la egoísta mujer del nazi. Y Sandra Hüller es la escritora alemana que vive con su marido y su hijo ciego en un casoplón, otra vez, en medio de los Alpes franceses. Cuando su marido fallece en extrañas circunstancias, hay que averiguar si se trató de un homicidio o de un suicidio. Anatomía de una caída es la actual Palma de oro de Cannes y una pieza de orfebrería dialogal. Un texto perfectamente armado que, más que una película de juicios, esconde un thriller psicológico y toda una tesis sobre las relaciones afectivas. El Día de la Constitución llega a las carteleras españolas. Vayan, vayan.
Fin de la primera parte de la crónica del 71 Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Discúlpenme si notan un texto excesivamente atolondrado. Discúlpenme si no les sirve de nada la información, enormemente subjetiva, que aquí se contiene. Discúlpenme los gazapos. Discúlpenme por hablarles de usted. Yo voy seguir con esta hermosa saturación fílmica, discursiva hasta la náusea o metida hasta el cuello en los tragaderos de la industria. Me da igual.
Voy a seguir viendo películas para ver si, volviendo a citar a Gottfried, “alguien quiere arriesgar su vida por el cine”.
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