El deseo de Mila es el auténtico protagonista de Creatura. Si necesitamos, para ser comprensores de lo que precisa ambigüedad, de un antagonista, es necesario preguntarnos si somos nosotros mismos, como voyeristas, los antihéroes de la historia. Aunque Elena Martín y su coguionista Clara Roquet han realizado un profundo y documentado estudio de la sexualidad femenina y de su despertar, a través de entrevistas a diferentes mujeres, el resultado fílmico se hace carne, rabia y erupción en Mila. Y ella representa lo irrepresentable, el debate inmutable y la exigencia de algo más que comprensión ajena. No debemos juzgar lo que no entendemos.
No es que estemos ante una propuesta excesivamente críptica, como puede desprenderse de esta introducción, sino ante una película delicada (en todas las acepciones, que son muchas, de la palabra) que nos muestra la mucha inquietud interna y la poca comprensión externa de una mujer en tres fases de su vida: infancia, adolescencia y edad adulta. Mila se marcha a vivir con su pareja a la casa de veraneo de su familia en la costa. Su falta de deseo sexual se verá juzgado por un público (masculino, seguro) que ve a una pareja comprensiva y no entiende el porqué. Empiezan los flashbacks, en esa misma localización, para encontrarle una razón a todo.
No debemos psicoanalizar o hallar la raíz del problema de Mila; quizá no haya ninguno. Simplemente, como los buenos amigos, basta con que la escuchemos. Se ha abierto en canal y nos deja entrar en su intimidad. Una fascinante, incómoda, organoléptica, arrebatada, sincera, valiente y maravillosa intimidad.
De vez en cuando, el cine te hace un regalo y, aunque no te dé todas las respuestas, sabes que estás ante algo importante.
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