Godland, la última película del director islandés Hlynur Palmason, que, como un adolescente que llega tarde a casa, pasó de puntillas por una selección paralela del festival de Cannes de 2022, se asoma a la cartelera más brutal en años para hacer exactamente lo mismo que hizo en el certamen: poco ruido. Una pena. Supongo que la historia de la muñeca más famosa del mundo y la del creador de la bomba atómica son temas más llamativos que las de un sacerdote danés que se cruza Islandia con la misión celestial de supervisar la construcción de una iglesia y la misión terrenal de fotografiar a los habitantes con los que se cruce.
Hacía tiempo que necesitaba enfrentarme a una de esas películas que te hacen pensar que estás ante algo importante. Una sensación que no se confirma solamente con el visionado, sino después. Una película que te pide un esfuerzo, pero que, si entras en ella, te lo compensa. Una película que no responde, y que no busca contentar al espectador, sino al cine. Esa película es Godland y, como define el protagonista al agreste y cruel paraje en el que se mueve, es “terriblemente hermosa”.
Palmason nos ofrece una inmensa obra, por duración y puesta en escena, dividida en dos claras partes: el hombre contra los elementos y el hombre contra el hombre. Dos secciones con Dios como dominador y denominador común. El corte entre ambos actos es una secuencia elevada; una panorámica circular que empieza con unas figuras humanas que se pierden en la lejanía y que termina con el primer plano de una persona agonizante. Sensacional. El formato de cuatro tercios y bordes redondeados, que me recordó por momentos A Ghost Story, de David Lowery, enmarca y define los rostros y les otorga fuerza y realidad a los planos generales
No estamos sólo ante una producción de evidente virtuosismo técnico y artístico, sino ante algo mucho más agudo, profundo y oscuro. Ante la soberbia del colonialista, ante una torre de Babel, no solo idiomática, sino espiritual; ante la evangelización de voluntades y costumbres. También hay una película de aventuras y de una violencia latente en cada instante. No sé. Quizá he escrito estas líneas estomacales con nocturnidad y poco análisis. Pero así soy yo. Y, a estas horas, Godland es la mejor película del año. Mañana, quizá ya no. Lo que es seguro es que es la película del verano. Bona nit.
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