Desde que Mujercitas terminó su tourneé, empezó a hablarse del nuevo y sorprendente proyecto de Greta Gerwig. Una película que, de no haber estado firmada y filmada por la directora californiana establecida en Brooklyng, no hubiera entrado en mi shortlist de experimentos veraniegos. No son sólo prejuicios, sino una selección natural y propia que, tras años de ejercitarse, establece mi escasa sensatez ante tanta propuesta.
Barbie, y su poderosísima campaña de marketing, han resultado ser todo lo que esperaba. Para bien y para no tan bien. Como las dos anteriores propuestas de Gerwig, Barbie es un coming-of-age de manual, pues la muñeca, que no ha tenido infancia ni tendrá ancianidad, se da cuenta, previo detonante y primer acto descriptivo, de que no todo en la vida es ir en descapotable y despertarse con la luz de un potente sol que entra por una casa sin fachada.
Estamos ante una comedia, nada vacía, que se posiciona ante las inclemencias del presente. Un ejercicio indefectiblemente feminista que confronta el matriarcado de Barbieland con el patriarcado del mundo real. Así, literalmente y sin portaminas de punta fina. Es cine familiar y no lo esconde; sin embargo, amplia su universo a conciencias más necesitadas de recado. Contiene números musicales, autoparodias, diálogos ingeniosos, un Ken canibalizando secuencias, una fotografía y un diseño de producción que suplica pantalla grande por su potencia y un mansplaining de El padrino que supera con creces el dinero de la entrada.
Y por si todo esto fuera poco, las preguntas que puede hacerse el espectador que no busca un simple entretenimiento, el cómo puede una muñeca aspiracional, símbolo del capitalismo más rígido y líder de un totalitarismo estético, convertirse en defensora de la belleza interior y de la diversidad; el cómo puede Mattel, productora asociada de la película y compañía administrada por hombres, adaptarse a un discurso actual de empoderamiento femenino y cambio de roles, y el cómo puede el color rosa disociarse en todas las significaciones de una bandera arcoíris, se nos contestan desde un guion inteligente, escrito a cuatro manos por Greta Gerwig y su pareja Noah Baumbach, instruidos ambos en un cine de inclinación autoral y conocedores de que, dichas preguntas, iban a plantearse.
Lo sé. Un par de párrafos más arriba había escrito un “no tan bien”. Y ese “no tan bien” está en el exceso de subrayados del mensaje pretendido y en una parte final con una cantidad de discursos reparadores que satura. En el cierre, opina hasta la voz en off, y no creo que hiciera ninguna falta. Aun así, es muy recomendable ir a ver Barbie, sobre todo si el cine no es al aire libre y tiene un buen aire acondicionado. Ya sabéis: rosa y algún marrón.
No Comment