Y yo que creía que Wes Anderson no existía. He gozado de muchas de sus películas, pero sólo mientras ocupaba una butaca en sus proyecciones. No se puede negar que el ornamental y constante autohomenaje de su propio universo es bonito e inocuo. Sin embargo, antes de enfrentarme a Asteroid City, intenté recordar la trama de sus últimas propuestas y me fue prácticamente imposible. Sobre La crónica francesa (del Liberty, Kansas Evening Sun) escribí lo siguiente: “El filme, dividido en episodios-noticia, es una maravilla visual de la que quedas atrapado. Sin embargo, y que me perdone todo el barrio de Ruzafa, a Wes Anderson le pierden las formas. Es un enorme formalista y es increíblemente bello lo que proyecta. Todavía me acuerdo de imágenes de El Gran Hotel Budapest, pero no me acuerdo de nada de su argumento. Y a esta última obra del director texano le va a pasar lo mismo en pocos días. Es lo que tiene tener en los créditos a más de 100 carpinteros y a un solo guionista”. Lo dicho.
Y a pesar de las advertencias y de saber que en Asteroid City había muchos más carpinteros que en La crónica francesa (a los créditos me remito), decidí pasarme por una sala y sentarme lo más al centro posible. Todo un acierto. Asteroid City es la mejor película de Wes Anderson que mis ojos han visto y, esta vez, además, que mis oídos han ponderado. ¿Quién sabe? Quizá la recuerde pasadas unas semanas.
El morrocotudo paisajista se apunta, con novedad, a aportarle cierta hondura a sus personajes y, aunque caricaturiza, te apetece seguir sabiendo de ellos. Una caterva ingente de estrellas que interpretan a actores que hacen una obra de teatro que se convierte en celuloide. Quizá no lo entiendan; ahí está el fondo estructural de la película. Una metainterpretación constante, con cambios de formato y color, en la que vemos una producción teatral sobre la escritura y los preparativos de una película. De las tablas pasamos al desierto. A Asteroid City. Estamos ya en la obra. En un paraje tan árido como fecundo en personajes y atrezo de ensueño. A Asteroid City han arribado estudiantes (y familiares) de todo el país para participar en un concurso de jóvenes talentos y, de paso, observar fenómenos astronómicos que se dan en el terreno.
La religión contra la ciencia. La ciencia contra los caprichos alienígenas. La muerte. Irse al cielo enterrado en un tupperware o subido en una nave espacial. La soledad. La autoría. La crisis creativa. La familia. Y muchos más temas se entreveran con acierto en la última película de Wes Anderson.
Esta vez, hay vida más allá del diseño de producción. Créanme. O no. Es simplemente un punto de vista.
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