No hace falta citar todos los guiones que ha firmado Paul Schrader cada vez que queremos hacer acopio de bondades de sus nuevos itinerarios. Más que nada porque, últimamente —y gracias—, se ha vuelto bastante prolífico. Ni mucho menos hace falta tirar de El estilo trascendental en el cine y aludir a su propia observación. Sus tres últimas películas, trillizos tricigóticos, son el resultado de una vida cinéfila que empezó tarde y explotó pronto. Son la derivación de un talante que, por supuesto, se ha vuelto autoral y, en el caso de El maestro jardinero, sentimental. Sé por mi padre que los que nunca comen dulce cambian de opinión con los años. Mi padre tiene la misma edad que Schrader.
Y es verdad que hay luz en El Maestro Jardinero. Sin embargo, no hay sol. Hay una luz impaciente y extraña, en escala de grises, que indica que sí. Que el cineasta se ha vuelto cariñoso con los años, a pesar de dejarnos estelas pesimistas que indican que la película ha terminado para el espectador, pero no para los personajes.
El argumento inicial parte del academicismo. Un jardinero, metódico y enfermizo en su implicación, tiene un pasado que domesticar; un elemento inesperado le hace salir de su monótona existencia entre plantas. Un hombre, una vez más, que necesita escribir en su diario lo que esconde y, de paso, nos sirve de voz en off. Un personaje, una vez más, que se enfrenta a su propia verdad mirándose al espejo. Si han visto las dos anteriores obras de Schrader, solamente hay que dejar, como cada temporada, crecer la flor y esperar su final.
Lo mejor es ir a ver la película sin más información que la que el propio autor nos está facilitando durante este último lustro. Y luego no hay que hablar de parsimonia, sino de control. No hay que hablar de repetición, sino de regeneración. No hay que hablar de culpa y redención, sino de futuro.
- Ya estamos otra vez igual. ¡¿Pero te ha gustado o no?!
- ¡Que sí, hostia! Mucho.
- Pues eso. Menos rollos.
No Comment