En una de las primeras imágenes impresas en mi memoria fílmica aparece John Wayne llegando con una carreta y la mano derecha paralizada hasta la puerta de un salón. Años más tarde, lo que se fijó fue una frase que nunca he dejado de repetir: “Ese era mi filete, Valance”. Y ya en mi época de instituto, exhumé mi cinefilia latente con una película que me hizo ver el cine de otra manera; una película cuyo personaje principal era William Munny, de Missouri, un asesino de niños y mujeres. Al wéstern le debo horas de regocijo y revelación y, aunque las rememoradas obras ya desprenden un aroma crepuscular, el revisionismo del género ha sido constante y adaptado tanto a unos argumentos y causas sociales, como a unas simples inquietudes autorales. Ocurre con el cine del oeste y con cualquier categoría cinematográfica que asome.
No es que Almodóvar transmute los códigos marcados por el dietario de un género que nació con el mismo cine, es que lo adapta en cuanto a sexualidad, detalles domésticos y dirección artística: nada más. La historia no tiene complejos ni desentona con el universo patente. El reencuentro, la protección de los vástagos y la evocación de una época más pretérita y más salvaje están presentes en Extraña forma de vida y en incontables películas, mal llamadas, de vaqueros.
Lo único que no es normal es que alguien, que no sea Almodóvar, pueda comercializar un artefacto que no llega ni a mediometraje con un resultado más que interesante en cuanto a audiencia y, a lo que vamos, calidad. Seguro que no se marca a fuego en mi memoria como la ansiedad del sheriff Will Kane reclamando refuerzos ante la inminente llegada de un criminal en el tren del mediodía. Quizá no resuenen rebotes en mi cabeza como las balas que salían de un Winchester 73 y daban contra las piedras de un cerro cerca de Dodge City. Lo que sí he tenido claro es que se me han hecho cortos los 31 minutos de su genial fotografía y su buen ritmo. Quería más. Pero me di cuenta de que no hacía falta más.
No Comment