No debemos olvidarnos, nunca, de separar al autor de su personaje ni, mucho menos, al metraje puro de la periferia fílmica. La polémica última película de Ulrich Seidl (ha cancelado su visita al festival tras una publicación de Der Spiegel que afirmaba que los jóvenes actores no profesionales, de entre 6 y 16 años, que aparecen en su película sufrieron explotación laboral durante el rodaje, además de que los padres desconocían que el filme trataba el tema de la pedofilia) es el más claro ejemplo de tal aserción. El director austriaco es un especialista en retratar y denunciar realidades incómodas y adentrarse en jardines recónditos y oscuros de la Europa contemporánea. Con Sparta, película a concurso, muestra, sin implicación emocional ni atisbo de juicio (eso es cosa nuestra), a Oswald; un austriaco en Rumanía que esconde una realidad tan enferma como despreciable. Sparta es tan incómoda como atrapante, sin improvisación alguna en su planificación, y la mirada de Seidl nos pertenece. Nos la presta. Es tan feo el escenario como lo que se muestra, tan frío que no deja de parecernos lejano. El resultado es un ejercicio destacado que puede, perfectamente, competir por lo más alto.
En las antípodas de Sparta estaba Don’t worry Darling, de Olivia Wilde, y sus inermes reseñas sobre la rosa realidad que ha rodeado el proyecto. Una forma más de venderse, supongo. Sin embargo, cuando la polémica se lanza como herramienta de marketing, surgen productos como este. Un exceso de todo y un segundo acto que se olvida de aparecer. La película tiene una introducción alargada y un cierre repetitivo. La representación fabulada de esa ciudad matriarcal y colorida sucumbe en su exuberancia argumental. Eso sí, el diseño de sonido es muy a positivar y Florence Pugh lo da todo. Si algo tiene la película de Wilde, y la diferencia de su ópera prima, es dinero.
La inauguración de esta septuagésima edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián volvió a correr a cargo de Alberto Rodríguez y su obsesión por el número siete. Modelo 77, que se estrenará el próximo viernes 23 de septiembre en cines y, por lo tanto, no entra en competición, es solvente, entretenida y didáctica. Una obra potente sobre la oculta y lenta Transición española que hubo dentro de las cárceles. Pierde algo de tonalidad (que no interés) cuando lo político pasa a un segundo plano. Todo el elenco está a la altura y Javier Gutiérrez vuelve a hacer lo que quiere. Destacar a Jesús Carroza, comparsa de lujo, que pide a gritos un protagonista. Como también hay que gritar, con crónica y halago, el imponente e inhumano trabajo de Luis Zahera en As bestas. La última producción, firmada por los incombustibles y cumplidores Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen y estrenada en Cannes, es un prodigio de intensidad narrativa en el que el paisaje humano y las arrugas del entorno rural gallego entretejen un thriller costumbrista y de conflictos vecinales con los nuevos arribados. El diálogo, sin cortes, entre Zahera y Denis Ménochet, en la barra del bar del pueblo, es una de las mejores secuencias, por ardor y violencia reprimida, del cine español reciente. La actriz francesa Marina Foïs, auténtica protagonista de As bestas, no necesita palabras para enfrentarse a la hazaña.
También en la sección Perlas, aparecía el acostumbrado Koreeda de las últimas ediciones (al director japonés le gusta Donosti tanto como a mí) y su también acostumbrada película atinada. Esta vez, como ya hizo con la genial Un asunto de familia, utiliza una noticia en los periódicos para hablar de la familia ambicionada. No le interesa el delito, sino la definición de personajes; tanto como individualidad como en sus cualidades como colectivo. Una mujer abandona su bebé en una iglesia, el cual es recogido por dos traficantes de recién nacidos. Una pareja de policías les descubre (tanto a la madre como a los raptores) y empiezan a seguirlos. Cuando se es groupie de Hirokazu san, cuesta ser objetivo; es lo bonito de todo esto. El maestro japonés cambia de escenario y se marcha a una Corea, sin venganza ni redención, para continuar con sus lienzos bien armados y, en Broker, disfraza el thriller de intimidad. Algunas (pocas) escenas almibaradas se compensan con unos diálogos acertados (en una noria y en una habitación de hotel pasa la eternidad) y con una referencia a Magnolia, de Paul Thomas Anderson.
La propuesta más festivalera del festival, redundante como esta oración, ha sido Runner, de Marian Mathias. La directora estadounidense se pierde en demasiados homenajes a sus referentes europeos. Solo le ha faltado una casa ardiendo al fondo de un paisaje yermo. Dos personajes solitarios condenados a encontrarse y a tener poco y parsimonioso diálogo, cuatro tercios, colores apagados y secuencias enmarcadas por puertas, nublan una historia con la que cuesta empatizar. Necesita la joven y debutante cineasta encontrar sus propias grafías y no pensar en los certámenes. El corto metraje (por separado) de Runner, su fotografía y la paradójica claridad de ideas de Mathias son cosas a positivar.
Diego Lerman, también en la sección oficial a concurso, ha presentado El suplente. Se trata de un buen ejercicio de ese género en sí mismo que es el cine de aulas. Un idealista profesor suplente de literatura toma partido en todo lo que rodea a sus alumnos. Como aproximación a la adolescencia frente a la lectura, abre un buen debate, pero lo abandona pronto. Como educación y marginalidad, se enfrenta desde el realismo a lo ya visto; aunque es lo mejor de lo que se ofrece. En cuanto a la crisis familiar, no aporta mucho. Quizá debía haber ido a lo sólido y escoger un solo camino. Pero ¿quién soy yo? Además, tiene unas perfectas actuaciones y un excelente y poético final.
Forever, película danesa dirigida por Frelle Petersen, y sus formalidades nórdicas (a positivar), nos ofrecen tres formas de llevar el luto. Es tan íntimo lo que vemos y lo que escuchamos, que el filme desaparece (incluso se destruye) en su propia intimidad. Nos impone ser espectadores del drama y acompañarles es lo único que podemos hacer.
Girasoles silvestres es, junto a Sparta, la mejor propuesta de lo que llevamos de festival. Unos diálogos ultrareales nos posicionan ante la realidad de Julia y sus constantes errores en las relaciones. Traspiés románticos debidos a la masculinidad tóxica de sus pretendientes. Aunque ha abandonado toda experimentación, es una ardua labor conseguir que todo cuadre cuando fluye tan actual. Rosales y su coguionista Bárbara Díez, han tejido una excelente película, tan auténtica que no lo parece, y con una Ana Castillo gigantesca. La presentación de los dos primeros personajes masculinos es genial y la selección musical, entre Triana y Mozart, es peculiar y sugestiva.
Por último, hablar de L’innocent. Otra vez Louis Garrel en el certamen donostiarra y, aunque, por desgracia, ya no le acompaña el ilustre Jean-Claude Carriére, ha presentado (en la sección Perlas) una película que funciona por su sencilla digestión. Una comedia romántica, inocua, ágil y divertida que se agradece que aparezca junto a proyecciones más duras de masticar. Hay poca profundidad y poco recuerdo, pero aun así, está muy por encima del resto de productos de esta índole. Seguiremos disfrutando e informando.
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