El hombre del norte se supone un artefacto capaz de hacer acopio de diferentes inquietudes. Tras las dos primeras obras de Robert Eggers, La bruja y El faro, participadas ambas por A24, el cineasta de New Hampshire ha optado por dar el salto, sin dirección definida, hacia un producto de masas que, sin embargo, no deja de lado al público conocedor de su pasado. Un riesgo que no ha terminado de cuajar en ninguno de los bandos. Eso sí, sus grafías autorales se perciben y su título continúa con la tradición de definir, con artículo y sustantivo, el contorno al que nos enfrentamos: brujas, faros y, a lo que vamos, un vikingo.
Es El hombre del norte una estimable película de venganzas nórdicas y formas Shakesperianas que no supone conflictos y cuyas escenas de lucha impactan por su filmado visceral y por la entrega de los actantes. Un salvajismo, excesivamente domado, que se ve con agrado pero que, obviamente en mi caso, no deja poso. Recuerdo que, viendo El faro, el ardor atmosférico, los planos faciales cerrados, el gráfico y circundante sonido y un guion pujante lograron que no solo viera la película, sino que también la oliera. Puede que el problema de El hombre del norte fuera ese. La miré, pero no la olí.
No Comment