Francesco Munzi, en su turbadora y descriptiva Anime Nere, ya expresaba, en imágenes y textos, la condición familiar y de correlación sanguínea que la ‘Ndrangheta expone ante miradas voluntarias e involuntarias. Una película, intervenida de realismo y supurada de adornos, que nos imbuía en un ambiente del que sus paisanos no sabían si querían salir porque nadie les había enseñado que hay otros mundos. Jonas Carpignano limpia, todavía más, su metraje de exotismos para convertirse en una especie de Dardenne oscuro y desenfocado que no teme saltarse normas y ejes. El naturalismo, con menudencia mágica en una enorme secuencia (la detonante del filme), y el nervio de su cámara acompañan a Chiara en su proceso de descubrimiento. Un develamiento que le demuestra que su existencia acomodada y su tranquilidad de movimientos en un entorno hostil se debía a que su padre era un significativo representante de la mafia calabresa.
En Para Chiara, el director italoamericano muestra su particular mirada del entorno en el que lleva viviendo una década. Un ejercicio con grafías de la no ficción e interpretación de no actores que demuestra la fortaleza de lo novel y que deja, además de la aspereza de lo representado, un tratado sobre la fuerza de la estirpe y el poder de lo femenino en un hábitat criminal históricamente patriarcal. El último tercio de la obra deja constancia de esa dualidad que también aparecía en la de Munzi: ¿Qué elegimos si sabemos que podemos elegir?
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